viernes, 26 de febrero de 2016

EL COLLAR, DE MAUPASSANT. COMENTARIO DE TEXTO.



Maupassant escribe con este cuento una Madame Bovary en miniatura. Su protagonista, como la de la novela de Flaubert, vive insatisfecha con la existencia gris que le ha tocado en suerte. Hija de una familia de empleados y esposa de un triste funcionario, Matilde Loisel,– como Emma, también hija de un pequeño agricultor y mujer de un sencillo médico rural – ansía una vida de lujo y refinamiento que su marido no le puede proporcionar. El desencadenante de la acción del relato es una invitación que el señor Loisel recibe para acudir a una velada en el ministerio para el que trabaja. Matilde no quiere ir porque no tiene los trajes ni las joyas convenientes para presentarse como ella desea a tal acto social. Finalmente, consigue que su marido le compre un bonito vestido y que su amiga rica le preste uno de sus collares. Así ataviada, su triunfo en la velada es completo. Todos la admiran y alaban su belleza y buen gusto. Pero, al llegar a casa, descubre que ha perdido el collar. A partir de ahí toda su vida va a cambiar. Tras una búsqueda infructuosa, los Loisel acuerdan comprar una nueva joya, idéntica a la extraviada, para poder devolvérsela a su dueña y que no apreciase el cambio. Con este fin, en un nuevo paralelismo con Madame Bovary, caen en manos de los usureros, que les extraen hasta el último céntimo. Diez años después, ya saldadas todas las deudas, pero envejecida por una vida miserable de privaciones, Matilde se encuentra con su antigua amiga rica. Decide entonces confesarle todo el sufrimiento que ha pasado para compensar la pérdida del collar de diamantes que le prestó. Y ésta, conmovida por el gesto, le revela que aquel collar era de piedras falsas.
Estamos ante un cuento de falsedades. Matilde Loisel, como el collar que le presta su amiga, es una falsa Emma Bovary. Ésta sí vive con autenticidad su deseo de escapar de su anodina existencia pueblerina, porque cree que hay otro mundo exquisito y literario que está destinado para ella. Madame Loisel, en cambio, sólo desea satisfacer una vanidad descomunal (“¡Cuánto habría dado por agradar, ser envidiada, ser atractiva y asediada!”) y, para ello, lo único que necesita es aparentar. Es como la joya falsa, que sirve igual que la verdadera si es una buena imitación. Por eso, Matilde llega al culmen de su dicha sin necesidad de cambiar de vida, como sí hizo Emma, sólo con la ayuda de un bonito vestido y un collar de bisutería.  
Las otras falsedades son las relaciones que la protagonista establece con su esposo y con su amiga. Con él, no hay amor; se han casado porque ella es consciente de que no puede aspirar a nada mejor. Con su amiga, la relación es de mutua hipocresía. Matilde no la estima en absoluto, sino que la envidia hasta el punto de que ir a visitarla le supone pasar luego varios días de desesperación. Y su antigua amiga del colegio, por su parte, también mantiene con ella las apariencias de una falsa amistad, dado que no la avisa de que le ha prestado una joya falsa. El estuche, un verdadero estuche de joyería que la amiga compró para guardar su falso collar, es, así, un claro símbolo de la vaciedad de la relación entre ambas mujeres.
La figura del marido es un calco de la de Charles Bovary. Los dos son tristes y aburridos y están muy a gusto con su condición. No aspiran a más, sino a disfrutar con tranquilidad de la mediocridad de sus vidas. Y ambos se sacrifican hasta lo extremo por que sus mujeres sean felices. En este sentido, Maupassant hace un guiño al lector al situar la vivienda de los Loisel en la calle de los Mártires, en una clara anticipación del final del relato.
Dejamos para el final el naturalismo que caracteriza a este cuento. En él se aprecian con nitidez tanto el determinismo como la influencia del medio ambiente en la vida y el destino de los personajes, que son propios de este movimiento literario. Matilde Loisel es una mujer desgraciada porque vive, casi contra natura, en un ambiente que no le corresponde, dado que todo en ella, como si estuviera determinada biológicamente por sus genes, la empuja a aspirar a otra cosa (“Sufría constantemente, sintiéndose nacida para todas las delicadezas y todos los lujos”). Además, cuando las circunstancias la obligan a cambiar su modo de vida, se opera en ella una metamorfosis que la transforma en “una vieja (…) la mujer fuerte, dura y ruda de las familias pobres”. No es posible dejar de pensar en la transformación que también sufre Cenicienta cuando el reloj da las doce campanadas y en el zapato de cristal –de cristal, como el collar– que pierde.

En cuanto al comentario formal, el texto pertenece a la variedad discursiva de la narración. Los hechos se cuentan desde el punto de vista de un tradicional narrador omnisciente en 3ª persona. Pero son los pasajes en que se emplea el estilo indirecto libre los que nos sirven para localizar el relato como perteneciente al Realismo/Naturalismo. (“Si notara la sustitución, ¿qué supondría? ¿No era posible que imaginara que lo habían cambiado de intento?” “¿Cuál sería su fortuna, su estado al presente, si no hubiera perdido el collar? ¡Quién sabe! ¡Quién sabe! ¡Qué mudanzas tan singulares ofrece la vida! ¡Qué poco hace falta para perderse o para salvarse!”).
Del uso de los tiempos verbales, destacamos la diferencia existente entre el pretérito imperfecto de indicativo, que congela la acción y sirve para la descripción o para el relato de hechos repetidos en el tiempo (“Carecía de dote, y no tenía esperanzas de cambiar”, “Sufría constantemente”, “Pensaba en las antecámaras mudas”…) y el pretérito perfecto simple, que hace avanzar la acción (“Una mañana el marido volvió a su casa”, “Ella rompió vivamente la envoltura y sacó un pliego impreso”, “tiró la invitación sobre la mesa”…). Así, la aparición de estos perfectos simples se da a partir de la escena en que el marido trae la invitación, pues es entonces cuando empiezan a sucederse los hechos. Hasta entonces, todo ha sido ambientación y caracterización de los personajes.
En el texto también encontramos otras tipologías textuales, como el diálogo y la descripción. En cuanto a la primera, se caracteriza por su agilidad, la rapidez en la réplicas y, por tanto, por su verosimilitud. Hay, incluso, un fragmento en que estos rasgos se dan con toda perfección, cuando Matilde y su marido descubren la pérdida del collar y se interrogan por su paradero. La ausencia de verbos de lengua y la abundancia de oraciones interrogativas, breves y directas, contribuyen a ello. Estos diálogos, además, sirven para la caracterización de los personajes. De ahí los diminutivos que utiliza el marido (“mujercita mía”, “un traje sencillito”) que nos lo muestran rozando la cursilería, como un hombre simplón, muy alejado de lo que espera de él su mujer.

Las descripciones las encontramos al principio y al final del cuento. La del inicio, la que retrata los “delirantes ensueños” de Matilde, tiene un carácter romántico en el que el lirismo viene dado por la anteposición de los adjetivos (“altas lámparas”, “pulcros lacayos”, “anchos sillones”, “intenso calor”, “grandes salones”, “finos muebles”). Se trata de una descripción desde el punto de vista de la protagonista en la que, otra vez, los diminutivos (“saloncillos coquetones”, “figurillas inestimables”) revelan la actitud un poco burlona e incluso displicente del narrador hacia las imaginaciones de ella. Por el contrario, la del final es plenamente naturalista, pues retrata, casi hasta la hipérbole, la miserable vida que Matilde y su marido se han visto obligados a sufrir para pagar la deuda del collar.
Para terminar, nos referiremos a los recursos literarios presentes en el texto. El más abundante es la enumeración (“la pobreza de su hogar, la miseria de las paredes, sus estropeadas sillas, su fea indumentaria”). Algunas veces, esa enumeración se da también junto a la anáfora, lo que dota al cuento de un ritmo muy pausado (“Pensaba en las antecámaras mudas”, “pensaba en los grandes salones”, “pensaba en las comidas delicadas”, “pensaba en los exquisitos y selectos manjares”). Por lo demás, el relato no abunda en otros tipos de recursos. Destacamos un símil (“una de esas vetustas berlinas … cual si les avergonzase su miseria durante el día”) y un quiasmo (“siempre joven”, “hermosa siempre”).

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