lunes, 18 de enero de 2016

ODA SOBRE UN ÁNFORA GRIEGA. COMENTARIO DE TEXTO

Este  poema de Keats es una muestra de lo que se conoce como "écfrasis", o ejercicio literario consistente en la descripción de una obra de arte. Es muy probable que Keats fuera un asiduo visitante del Museo Británico de Londres, donde se conservan numerosas muestras de cerámicas griegas, algunas de ellas similares a la que dedica su poema. 
La obra se compone de cinco estrofas que conforman tres partes. La parte primera se corresponde con la estrofa I. Es una apelación al objeto descrito, que aparece representado bajo tres metáforas ("novia intacta aún del silencio", "adoptiva hija del lento tiempo y de la paz en calma", "silvestre historiadora"). Las dos primeras hacen alusión al pacto que parece haber sellado el ánfora con el tiempo: colocada sobre un pedestal, expuesta ante los visitantes del museo, ella permanece intacta, virgen (novia intacta), en quietud y silencio, sin que el tiempo la haya alterado lo más mínimo. La tercera metáfora introduce el resto de los versos de la estrofa, pues se refiere a las escenas que decoran la superficie del jarrón, donde en medio de un paisaje pastoril (los valles de la Arcadia), figuras humanas ("dioses o mortales", "hombres o dioses", "doncellas esquivas") parecen perseguirse unos a otros con frenesí (éxtasis tan loco), al son de intrumentos musicales (flautas y sistros). 
La segunda parte está compuesta por las siguientes tres estrofas. En la II el poeta parece introducirse en una de las escenas decorativas e interpela a las figuras que aparecen en ella ("tocad, pues, suaves flautas", "bello joven (...) nunca puedes dejar tu canto", "osado Enamorado, nunca podrás besar"). Acompañado por la melodía de unas flautas - flautas mudas que solo se escuchan por el espíritu (tocad para el espíritu melodías sin tonos) - un joven canta entre los árboles. Al lado, quizá representando el contenido del canto, un enamorado persigue a una dama, a la que está a punto de atrapar (casi en la meta), en clara alusión al mito de Apolo y Dafne. Se trata de un instante congelado en el tiempo. Los protagonistas muestran en sus gestos la tensión de unas acciones que nunca terminarán de realizarse. De ahí el consuelo que Keats trata de ofrecer al Enamorado-Apolo: nunca conseguirá besar a Dafne, pero su deseo no cesará nunca (siempre has de amarla) y ella permanecerá joven y bella por toda la eternidad (ella no se ajará).
La estrofa III es una glosa de la anterior. Esta escena primaveral fijada para siempre en la superficie del ánfora muestra el amor de Apolo y Dafne (¡aún más feliz amor, amor aún más feliz!), un amor ideal, constante en el tiempo (para siempre joven), donde no cabe el distanciamiento ni el hastío pues nunca llegará a consumarse (siempre de su gozo en espera).
La estrofa IV describe otra escena distinta. ¿Es posible que Keats haya rodeado el ánfora y ahora se encuentre frente a la parte trasera de la que ha contemplado anteriormente? En primer plano estamos ante una procesión de personas que siguen a un sacerdote que conduce a una ternera para un sacrificio ritual. Al fondo de la escena se puede ver la ciudad de la que han partido todos, con su pequeña ciudadela en lo más alto. Es inevitable imaginarse la silueta de Atenas y la Acrópolis. El poeta también interpela a la ciudad y vuelve a insistir en lo irreversible de la escena: todos los que salieron de ella no volverán jamás.
La tercera parte del poema la conforma la estrofa V. Como en la primera, Keats vuelve a apelar al ánfora ("¡Ática forma!", "forma silenciosa", "fría pastoral"). Es ahora cuando el poema va más allá de su naturaleza de écfrasis, y deja de ser una simple descripción de una obra de arte. El poeta hace hablar al jarrón - posiblemente se trate de una inscripción grabada en la pieza -, que comunica una verdad universal, válida para todas las generaciones humanas: lo verdadero, lo real, lo válido, lo que nos hace huir de la angustia vital de la toma de conciencia (del pensar nos arrancas) de nuestra triste condición de mortales, sujetos a la corrupción del tiempo y a la muerte, es la belleza y, por extensión, el arte: "Belleza es verdad, y verdad es belleza".  Hay que acudir a la triste biografía de Keats para la cabal comprensión de esta última frase. Enfermo terminal de tuberculosis y tras la muerte reciente de su hermano, para el poeta lo único que le consuela es el arte. En la belleza es donde encuentra algún sentido de permanencia, de eternidad, de escapar al paso del tiempo, cuando a él apenas si le queda. 

Desde el punto de vista formal, el texto pertenece al género lírico. La traducción no refleja la métrica de los versos del poema original. El hecho de que se trate de una écfrasis explica el claro carácter descriptivo de todo el poema. De ahí la abundante adjetivación, con muchos adjetivos antepuestos para reforzar el lirismo del texto ("adoptiva hija", "lento tiempo", "silvestre historiadora"...). 
En cuanto a los verbos, lo más destacable es que la práctica totalidad son presentes y futuros. El presente de indicativo pretende transmitirnos la impresión de que nos hallamos contemplando el ánfora al mismo tiempo que Keats está procediendo a su descripción. El poeta consigue con eficacia un efecto de inmediatez y de objetividad: lo que cuenta no parece una impresión suya, sino una verdad universal ("Belleza es verdad, y verdad es belleza"). También hay uso del imperativo ("sonad", "tocad"...); en este caso con la intención de hacer más versosímil su intento de adentrarse en las escenas decorativas del jarrón, interpelar a las figuras que aparecen en ellas y facilitar que los lectores - que asistimos "en directo" a ese diálogo en el que el autor no recibe respuesta - acompañemos al poeta en ese viaje sin distanciarnos del tema del poema. En este mismo sentido, tenemos que añadir que el uso de la 1ª p. del plural en los últimos versos ("del pensar nos arrancas", "otros dolores que los nuestros") persigue el mismo objetivo de inclusión del lector, de tratar de que todos nos sintamos directamente aludidos. 
En cuanto a los verbos en futuro, muy abundantes también, nos remiten a un tiempo venidero del que no se señala su final. Se trata de la eternidad, que solo es posible gracias a la belleza, al arte. Otras categorías gramaticales insisten en esta eternización de un instante que muestran las imágenes que decoran el ánfora ("siempre", "nunca", "sin fin", "jamás", "eternidad"). En la estrofa III encontramos otra manera de reflejar la acción congelada en el relieve del ánfora mediante la casi total ausencia de verbos en forma personal y su sustitución por gerundios ("entonando", "jadeando", "exhalando").
Los recursos literarios son muy abundantes. Ya hemos señalado las metáforas iniciales que representan al ánfora. Nos centramos además en los recursos que tienen un sentido rítmico, como el encabalgamiento ("adoptiva / hija"), el quiasmo ("silvestre historiadora", "relato florido"), el polisíndeton de los tres últimos versos de la estrofa I o el paralelismo de qué + sustantivo tan repetido en esa misma estrofa. También destacamos el efecto rítmico de la repetición del pronombre tú al comienzo de varios versos repartidos a lo largo del poema. 
Por último, son muy frecuentes la oraciones interrogativas y exclamativas, que muestran el ánimo exaltado del poeta, lo que entronca el poema con el Romanticismo del que es representante John Keats.  

viernes, 15 de enero de 2016

EL KHAN KUBLA. COMENTARIO DE TEXTO.

Cuenta Jorge Luis Borges en su ensayo El sueño de Coleridge que en 1816, casi veinte años después de la composición de El Khan Kubla, el poeta inglés Samuel Taylor Coleridge refirió cómo este poema fue fruto de un sueño. Aquejado de una indisposición, tomó un hipnótico que le hizo dormirse en el momento en que leía un libro donde se describía el palacio que el emperador Kublai Khan mandó construir en el s. XIII. Cuando despertó, Coleridge fue consciente de que se le había revelado en sueños un excelso poema y se puso inmediatamente a transcribirlo, pero, al poco de empezar, recibió una visita inesperada que tuvo que atender. Al retomar el trabajo de redacción, se dio cuenta de que apenas recordaba nada del sueño y que ya solo podía lamentarse por la obra que nunca podría escribir, aquella por la que sería honrado y alabado como un dios.
En el poema, estas dos partes, la de la transcripción fiel del sueño y la del vago recuerdo de lo que quedaba por fijar, están separadas por una frase exclamativa que ocupa dos versos: ¡Era un raro milagro: una soleada / cúpula de placer con cavernas de hielo!. 
La primera parte es narrativa y descriptiva, con predominio de la objetividad. En ella se relata la orden del emperador de edificar un palacio circular para su solaz (una enorme cúpula de placeres) rodeado por una vasta extensión de jardines (diez millas de terreno fértil / se ciñeron de muros y de torres). Pero, por debajo de esta construcción, un río fluye hasta desembocar en una laguna subterránea (por cavernas que el hombre nunca pudo / medir hasta llegar a un mar sin sol). Hasta aquí, el contenido de los primeros 11 versos.
Un espacio en blanco marca una subdivisión en esta primera parte, pues a partir de ahora el poeta se centra en la descripción del río subterráneo (Alph, el río sacro). El lento fluir de esta corriente se ha convertido ahora en una fuente que surge al exterior con tanta fuerza que arranca rocas del interior de la tierra. Pero inmediatamente este agua poderosa se remansa para recorrer cinco millas formando meandros y volver a hundirse en el terreno como una cascada que cae al infinito (hundiéndose en un mar sin vida con tumulto). Este estrépito del río que se desploma es para Kubla la premonición de la inminencia de una guerra. Después, solo queda la calma. La quietud del edificio palaciego y el vago rumor de la corriente que atraviesa sus cimientos (una soleada / cúpula de placer con cavernas de hielo). Hasta aquí nos hemos ceñido a una interpretación literal del palacio soñado por Coleridge. 
Aparecen en esta descripción dos niveles claramente delimitados: el externo, dominado por la cúpula, la luz y los jardines primorosos, donde todo es perfección de formas geométricas, colores y orden de una naturaleza domada por el  hombre; y el interno, dominado por una fuerza acuática poderosa, donde reina la oscuridad y el caos (abismo en fermento siempre de torbellinos). No es difícil identificar estos dos niveles, y nos da licencia para ello el hecho de que Coleridge nos haya referido que todo se trató de un sueño, con la consciencia de la vigilia y el subconsciente que surge a la superficie durante el sueño. En la primera, la cúpula, el sol, los muros y las torres que ciñen los jardines representan la razón, las normas que rigen la vida del hombre desde que se despierta, la fuerza de todo aquello que se le ha enseñado que "debe ser". Pero por debajo, reprimidas en la cueva del cerebro, como el río del poema, fluyen las pasiones, que sólo pueden salir a la superficie durante el sueño, cuando la consciencia se relaja. En el poema, estos instintos desatados adquieren una forma erótica muy evidente (apretados y rápidos jadeos) que no es posible dejar de relacionar con la imagen de una eyaculación (una fuente surgía / poderosa, con fuerza: / entre cuyo veloz brotar intermitente). Aparece así Coleridge como un claro precursor de las ideas de Freud en relación con el subconsciente, así como un ejemplo de la utilización de imágenes oníricas mucho antes de la fundación del movimiento surrealista.

La segunda parte del poema es más lírica y subjetiva. Todo lo anterior se ha desvanecido y, en su lugar, aparece la imagen de una doncella que tañe un instrumento cuya música el poeta se lamenta de no poder revivir. ¿Quién es esta mujer? ¿Qué tiene que ver con el palacio del Khan Kubla? Es la inspiración. Coleridge ha olvidado por completo el sueño que estaba transcribiendo. Podría haber continuado utilizando su razón, la lógica, la documentación que existiera sobre ese edificio. Pero ese no es el concepto de creación propio de un poeta romántico. La creación es un acto genial, que surge del instinto y no de la razón. El poeta "crea" al modo divino, no "inventa" como un simple artesano. Por eso el lamento de Coleridge. La intuición del sueño se ha disipado como la niebla y ya no es posible seguir con la creación de un poema tan excelso que, él estaba seguro, le haría aparecer a los ojos de los demás como un genio incomparable, el héroe romántico (¡Mira, mira / sus ojos destellantes, su cabellera al viento!) que ha compartido el alimento de los dioses porque es uno de ellos (se ha alimentado de rocío de mieles y ha bebido la leche del Edén).

Desde el punto de vista formal, el texto pertenece al género lírico. La traducción no refleja la métrica de los versos del poema original. La modalidad textual que predomina en cada una de las dos partes del poema es distinta. La primera parte es narrativa y descriptiva: narra la construcción del palacio del Khan Kubla, con verbos en pretérito perfecto simple (decretó, hubo, ciñeron), y describe el edificio, los jardines que lo circundan y el río que fluye por debajo de él. Aquí abundan los adjetivos (solemne, sacro, fértil, sinuosos, floridos, viejos, soleado...) y los verbos en pretérito imperfecto de indicativo, como es natural en una descripción (iba, había, surgía, saltaba...). Debemos destacar, también, la presencia numerosa de verbos en gerundio (fluyendo, envolviendo, bajando, quitándole, corriendo, hundiéndose, profetizando), como recurso descriptivo para mostrar una acción continua, sin principio ni fin. La utilización exclusiva de la tercera persona y del modo indicativo, dota al texto de objetividad.
La segunda parte, en cambio, es de naturaleza más lírica. De ahí que ahora aparezcan por primera vez verbos y pronombres en primera persona (vi, reviviera, mi interior, me vencería). El lirismo también se refleja en la mayor subjetividad de esta parte del poema, con verbos en subjuntivo (reviviera, escucharan) y en condicional (vencería, podría, verían, gritarían). Además, el texto se cierra con seis versos que refieren un diálogo en estilo directo, precedido de un verbo de lengua (gritarían), sin utilización de comillas ni de guión. Por eso aquí aparecen verbos en modo imperativo, en segunda persona del singular (mira, teje).
El poema es abundante en recursos literarios. Destacamos todos aquellos que tienen un efecto rítmico: encabalgamientos (decretó / alzar, pudo / medir, arroyos / sinuosos...), quiasmos (solemne cúpula, río sacro, viejos bosques, verdor soleado...), paralelismos con ritmo binario (de muros y de torres, santo y encantado, apretados y rápidos, brusco y fuerte, por bosques y por valles, la fuente y las cuevas, su música y su canto, fuerte y duradera).
Para terminar, las numerosas frases y oraciones exclamativas (¡Lugar silvestre!...) denotan la exaltación del ánimo del poeta, lo que entronca claramente el texto con el Romanticismo al que pertenece su autor. 

sábado, 9 de enero de 2016

TEMA 8. LA POESÍA ROMÁNTICA. LA NOVELA HISTÓRICA

1. LA POESÍA ROMÁNTICA ALEMANA

La poesía romántica alemana había tenido un precedente en los autores del Sturm und Drang; también se vio impulsada por la revista “Atheneaum”, fundada por los hermanos Schlegel, en la cual se publicaron las teorías que August Schlegel había manifestado en sus cursos sobre Literatura y Arte en la Universidad de Berlín, según las cuales la poesía romántica debía retornar a la Edad Media para librarse de la influencia clásica.


A. FIEDRICH HÖLDERLIN

Hölderlin (1770-1843) nació en Lauffen am Neckar y estudió Teología en la Universidad de Tübingen. Durante su etapa estudiantil entabló amistad con Hegel, con quien compartía una gran admiración por la Revolución Francesa.
Se estableció en Frankfurt, donde trabajó como preceptor en la casa del banquero Jacob Gontard, pero abandonó la ciudad en 1798. Empezó entonces un periodo de intensa creatividad durante el que compuso sus grandes elegías. Después de un viaje a pie por Francia, su esquizofrenia (enfermedad que se le había manifestado por primera vez en 1802) empeoró, y se hizo irreversible cuando conoció la muerte de Suzette. Hölderlin muere en 1843.
Este poeta alemán no pertenece directamente ni al Clasicismo ni al Romanticismo, pero su pensamiento refleja elementos comunes a ambos: comparte con el Clasicismo su gusto por la belleza de la forma y la exaltación del mundo griego; es romántico en su sentido místico de la naturaleza, así como por los elementos del panteón y las imágenes cristianas.
Su poesía fue adquiriendo tonos cada vez más pesimistas: su etapa de juventud es de inspiración rousseauniana (la naturaleza es inocente y el mal del mundo es un producto perverso de la sociedad); posteriormente, Hölderlin llegó a la conclusión de que el mal también existe en la naturaleza y que el ser humano nace de la corrupción.


TEXTO A.1: El Archipiélago.

Hasta que, despertando de angustioso sueño, se levante
el alma de los hombres, juvenilmente alegre, y el hábito bendito del amor,
de nuevo, como muchas veces antes entre los hijos florecientes de la Hélade,
sople en una nueva época, y el espíritu de la naturaleza,
el que viene desde lejos, el dios, se nos aparezca entre nubes doradas
sobre nuestras frentes más libres, y permanezca en paz entre nosotros.
¡Ay! ¿no vienes todavía?, y aquéllos, los nacidos divinos,
continúan viviendo, ¡oh día!, solitarios en lo profundo
de la tierra, mientras una primavera, siempre viviente,
apunta sobre la cabeza de los mortales, sin que nadie la cante.
¡Pero no por más tiempo! Ya oigo a lo lejos el canto coral
del día de fiesta sobre la verde colina y el eco del bosquecillo,
donde se levanta el pecho de los adolescentes, donde se funde
sosegadamente el alma del pueblo en la más libre canción en honor del dios,
al que corresponde la altura, mas para quien los valles también son sagrados;
pues allá donde gozosa se apresura el agua con creciente juventud
entre las flores del campo, y donde maduran en llanuras soleadas
el noble trigo y los árboles frutales, se coronan contentos
para la fiesta los devotos; y sobre la colina de la ciudad resplandece,
igual que una vivienda humana, el pórtico celeste de la alegría.

Pues toda la vida se ha llenado de sentido divino,
y, perfeccionando todo, vuelves a aparecer, como entonces, por todas partes
ante tus hijos, ¡oh naturaleza!, y, como de montaña rica en manantiales,
fluyen de aquí y de allá bendiciones sobre el alma germinante del pueblo.


TEXTO A.2: LA INFLUENCIA DE HÖLDERLIN EN LAS ODAS DE LUIS CERNUDA.

a) En 1935, Luis Cernuda, en colaboración con Hans Gebser, publicó en la revista Cruz y Raya, de José Bergamín, unas traducciones de Hölderlin.

b) ODA

La tristeza sucumbe, nube impura,
alejando su vuelo con sombrío
resplandor indolente, languidece
perdiéndose a lo lejos, leve, oscura.
El furor implacable del estío
toda la vida espléndida estremece
y profunda la ofrece
con sus felices horas,
sus soles, sus auroras,
delirante, azulado torbellino.
Desde la luz, el más puro camino,
con el fulgor que pisa compitiendo
vivo, bello y divino,
un joven dios avanza sonriendo.

¿A qué cielo natal, ajeno, ausente,
le niega esa inmortal presencia esquiva,
ese contorno tibiamente pleno?
De mármol animado quiere, y siente;
inmóvil pero trémulo se aviva
al soplo de un purpúreo anhelar lleno.
El dibujo sereno
del desnudo, tan puro
en un reflejo duro,
copia la luz que mira su reposo.
Y, levantando el bulto prodigioso,
desde el sueño remoto donde yace,
Destino poderoso,
a la fuerza suprema firme nace.

Pero ¿es un dios? El ademán parece
romper de su actitud la pura calma
con un gesto de muda melodía
que luego suspendido no perece;
silencioso, mas vívido, con alma,
mantiene sucesiva su armonía;
el dios que traslucía,
ahora olvidado yace;
eco suyo, renace
el hombre que ninguna nube cela.
La hermosura diáfana no vela
ya la atracción humana ante el sentido;
y su forma revela
un mundo eternamente presentido.

Qué prodigiosa forma palpitante,
cuerpo perfecto en el vigor primero,
en su plena belleza tan humano.
Alzando su contorno triunfante
sólido sí, mas ágil y ligero,
abre la vida inmensa ante su mano.
Todo el horror en vano
a esa firmeza entera
con sus sombras quisiera
derribar de tan fúlgida armonía.
Pero, acero obstinado, sólo fía
en sí mismo ese orgullo tan altivo;
claramente se guía
con potencia admirable, libre y vivo.

Cuando la fuerza bella, la destreza
despliega en la amorosa empresa ingrata
el cuerpo; cuando trémulo suspira;
cuando en la sangre, oculta fortaleza,
el amor desbocado se desata,
el labio con afán ávido aspira
la gracia que respira
una forma indolente;
bajo su brazo siente
otro cuerpo de lánguida blancura
distendido, ofreciendo su ternura,
como cisne mortal entre el sombrío
verdor de la espesura,
que ama, canta y sucumbe en desvarío.


Mas los tristes cuidados amorosos
que tercamente la pasión reclama
de quien la vida entre sus manos deja,
el tierno lamentar, los enojosos
hastíos escondidos del que ama
y tantas lentas lágrimas de queja,
el azar firme aleja
de este cuerpo sereno;
a su vigor tan pleno
la libertad conviene solamente,
no el cuidado vehemente
de las terribles y fugaces glorias
que el amor más ardiente
halla en fin tras sus débiles victorias.

Así en su labio enamorada nace
un ala luminosa dilatando
por el viril semblante la alegría.
Y la antigua tristeza ya deshace,
desde el candor primero gravitando,
la amargura secreta que nutría.
El cuerpo sólo fía
en su bella destreza,
en su divina fuerza
que por los tensos músculos remueve.
Y a la orilla cercana, al agua leve,
la forma tras la extraña imagen salta;
relámpago de nieve
bajo la luz difusa de tan alta.

Sonriente, dormida bajo el cielo,
soñaba el agua mientras fluye lenta,
idéntica a sí misma y fugitiva.
Mas en tumulto alzándose, en revuelo
de rota espuma, al nadador ostenta
ingrávido en su fuga a la deriva.
Y la forma se aviva
con reflejos de plata;
ata el río y desata,
en transparente lazo mal seguro,
aquel rumbo veloz entre su oscuro
anhelar ya resuelto en diamante.
La luz, esplendor puro,
cálida envuelve al cuerpo como amante.

Un frescor sosegado se levanta
hacia las hojas desde el verde río
y en invisible vuelo se diluye.
La sombra misteriosa ya suplanta
entre el boscaje ávido y sombrío
a la luz tan diáfana que huye.
Y la corriente fluye
con un rumor sereno;
todo el cielo está lleno
del trinar que algún pájaro desvela.
El bello cuerpo en pie, desnudo cela,
bajo la rama espesa, entretejida
como difícil tela,
su cegadora nieve estremecida.

¡Oh, nuevo dios! Su deslumbrante brío
el crepúsculo vuelve vagoroso
en perezosa gracia seductora.
Todo el fúlgido encanto del estío
el fatigado bosque rumoroso
con reposo vacío lo evapora.
Vana y feliz la hora
al sopor indolente
se abandona; no siente
la silenciosa y lánguida hermosura,
por la centelleante trama oscura
huye el cuerpo feliz casi en un vuelo,
dejando la espesura
por la delicia púrpura del cielo.




B. NOVALIS


Novalis (1772-1801), nacido en el seno de una familia noble de Sajonia, recibió una educación pietista. Estudió Derecho en Jena, donde asistió a los cursos de Historia impartidos por Schiller y conoció a Fitche, cuya filosofía idealista gravita sobre toda su obra. Después de trasladarse a Leipzig en 1791, conoció a los hermanos Schlegel, con los que colaboró en la revista “Athenaeum”. Un año más tarde, se trasladó a Wittenberg para ejercer la jurisprudencia. La muerte de su prometida, Sophie von Kühn, en 1797, a causa de la tuberculosis, lo afectó profundamente. En 1799 ocupó el cargo de administrador de minas en Weissenfels, poco antes de su prematura muerte.




La obra de Novalis es a la vez literaria, poética y filosófica. Novalis, que publicó muy poco en vida, es autor de miles de notas teóricas en las que combina ciencia, poesía, religión, política y filosofía. La mayoría de estas notas se recogen en El borrador general. Se caracterizan estas notas por un espíritu enciclopédico, propio del primer Romanticismo y presente también en Fiedrich Schlegel, quien proyectaba escribir una enciclopedia literaria. Novalis imaginó en El borrador general una forma específica de saber total, en el que el arte y, sobre todo, la poesía son la clave de todo. En el corazón de su reflexión se encuentra la búsqueda de un idealismo mágico que combina potencia espiritual y creación literaria. Este idealismo tiene como finalidad sintetizar diferentes formas (como sujeto y objeto) y, al mismo tiempo, producir, gracias a la imaginación creadora, una armonía global que Novalis denomina la edad de oro.
Los textos poéticos de Novalis son, en verso: Himnos a la noche y Cantos espirituales; en prosa, Los discípulos en Sais. Su obra maestra en prosa es Enrique de Ofterdingen, ambientada en un universo medieval mítico, y que publicó póstumamente su amigo Ludwick Tieck.


TEXTO B.1: Himnos a la noche.

Avanza horrible espectro hacia los convidados
y llena su alma toda de un gran terror secreto.
Hasta los mismos dioses se sienten conturbados,
ni a llevar calma aciertan al corazón inquieto.
Era misteriosa de esta visión la senda;
no aplacaba su rabia ni súplica ni ofrenda.
¿Sabéis qué era? La Muerte, que esa deshecha orgía
con dolor y con lágrimas y miedo interrumpía.
Forzado a separarse, al fin, eternamente,
de lo que el alma mece en el más dulce encanto,
de todo lo que inspira, con un amor ferviente,
anhelo infatigable e inextinguible llanto,
al mortal parecía tan sólo reservado
un sueño mortecino, luchar desesperado.
Del placer, estrellada ya estaba la ola loca
del hastío infinito en la funesta roca.
Embelleció al espectro queriendo hacerle inerme
la osada fantasía que hasta lo ignoto escarpa;
un dulce adolescente la luz apaga, y duerme;
será el fin apacible como el gemir de un arpa.
Dilúyese el recuerdo de sombras en raudales:
el canto del destino, tal fue, de los mortales.
Mas de la eterna muerte quedó el misterio arcano.
¡Oh, Muerte! ¡Oh, grave signo de un gran poder lejano!
[...]
¡Oh, ved, ya está la losa alzada,
abierta está la sepultura:
la humanidad resucitada,
contigo siéntese hermanada,
libre de toda ligadura!
Todo pesar se desvanece
ante tu copa, que convida,
cuando la tierra desaparece
en la suprema despedida.
La muerte, a bodas ya nos llama;
están las vírgenes dispuestas;
clara es la lumbre que derrama
dentro de sus lámparas la llama;
no falta aceite en nuestras fiestas.
De tu cortejo el sacro coro
llene el profundo firmamento,
llámennos ya los astros de oro
con dulce voz y humano acento.
A tí levántanse, ¡oh, María!,
millares ya de corazones;
desde la hondura de esta fría
tierra, tan lóbrega y sombría,
te claman: »¡No nos abandones!«
¡Ah! su plegaria no deseches;
sanar confían de sus males
cuando, amorosa, les estreches
entre tus brazos maternales.
¡Cuántos de ardor ya consumidos,
vencidos ya por cruel tortura,
de nuestro mundo desasidos
volaron ya y contigo unidos
gozando están de tu ventura!;
si en horas trágicas nos vimos,
bajaron para confortarnos.
Hoy hacia ellos ya subimos
al lado suyo a eternizarnos.
Ante ninguna sepultura
solloza ya quien ama y cree;
ya del amor la herencia pura
de fuerza y hurto está segura.
¡Dichoso aquel que la posee!
Viene la noche y, en su brillo,
se refrigera su hondo anhelo;
su corazón es un castillo
que guardan ángeles del cielo.
Nuestra terrena vida asciende
hacia la vida sempiterna.
El alma ya más claro entiende
pues ya la abrasa, ya la enciende
una amorosa llama interna,
los astros son racimo ingente
que, a chorros, da vino de vida;
en un lucero refulgente
será cada alma convertida.
¡Ah!, dadivoso, amor invita
a todos; no hay de hoy más ausencia.
En plenitud toda se agita,
cual mar sin playas, infinita,
del universo la existencia.
¡Eterna noche de delicia!
¡Canto sin fin! ¡Eterno poema!
El sol que a todos acaricia
es, ¡oh, gran Dios!, tu faz suprema.


2. LA POESÍA ROMÁNTICA INGLESA

La poesía romántica inglesa se manifiesta en dos generaciones de escritores:

a) La primera recibe el nombre de lakistas, porque sus componentes residieron una temporada en la región de los lagos del noroeste de Inglaterra. Compusieron los primeros poemas claramente románticos entre 1798 y 1815, y está representada sobre todo por William Wordsworth (1770-1850) y Samuel Taylor Coleridge (1770-1834), autores de una obra conjunta y anónima, las Baladas líricas (1798).

b) Los poetas de la segunda generación reciben el nombre de poetas rebeldes; forman parte de ella tres grandes figuras de la lírica inglesa: Lord Byron (1788-1824), Percy Bysshe Shelley (1792-1822) y John Keats (1795-1821).


1. WILLIAM WORDSWORTH

En colaboración con Coleridge, publicó en 1798, anónimas, las Baladas líricas, cuyo prólogo es considerado como el manifiesto del Romanticismo en Inglaterra. Los temas principales de su poesía nacen de la observación directa de la naturaleza por los sentidos y de una intención de liberar al hombre en el ámbito político, religioso y sexual. Destaca la importancia del sentimiento y la imaginación en la creación oética y se rechazan las formas y los temas literarios convencionales. La renovación del lenguaje poético que propugnó y practicó consiste básicamente en que no existe un lenguaje especial prara la poesía, ni asuntos que le estén reservados; se puede hablar en verso de todo lo que forma parte de la conversación, empleando el mismo lenguaje que el coloquial. Su vasta producción, cuya joya es quizá el autobiográfico The Prelude, tiende a evitar los materiales tópicamente poéticos para explotar, en cambio, la expresividad del lenguaje ordinario y la nobleza de los temas rústicos. Central en Wordsworth es la distancia que se establece entre la experiencia inmediata y el recuerdo de esa experiencia tal y como se revive en el poema: la poesía es "la emoción rememorada en la tranquilidad".


2. SAMUEL TAYLOR COLERIDGE

Coleridge (1772-1834) se destacó como el mayor teórico de la primera generación del Romanticismo inglés, en particular al lado de Wordsworth, con quien compartió muchos ideales y proyectos. La adicción al opio, un carácter voluble y la "vocación de ser un hombre echado a perder" (T. S. Eliot) no le permitieron dejar una obra poética más contundente, pero la Balada del viejo marinero y el Khan Kubla (1816) bastan para reconocerle una fisonomía propia, por su efusiva evocación de lo fantástico y de lo exótico. En la misma línea va el inconcluso Christabel. Especial influencia y popularidad consiguió gracias a sus escritos filosóficos y críticos. La Biographia literaria, un conjunto de disertaciones y notas autobiográficas sobre literatura, diagnosticó con bastante anticipación el peligro que aún había de acusarse en el Romanticismo posterior: evaluar la obra de un autor por su mitología personal más que por su hechura literaria. Muy analizada ha sido su distinción entre la "fantasía", que se limita a acumular desordenadamente imágenes e impresiones, y la "imaginación", que las elabora y reduce a la unidad.
Para Coleridge, como para Wordsworth, la naturaleza es la forma en que se manifiesta lo divino y el medio para analizar la propia interioridad. Mientras que Wordsworth se centra en el análisis del yo a partir de la observación de las cosas sencillas de la vida cotidiana, Coleridge, en cambio, recurre al pasado como un tiempo misterioso y fantástico, proyectando al lector hacia el mundo de la imaginación y lo sobrenatural.
En las Baladas líricas (1798), las cuatro primeras composiciones eran de Coleridge y las demás de Wordsworth. De Coleridge destaca la Balada del viejo marinero, que fue castigado con la muerte de toda la tripulación de su barco por haber matado un albatros. Sin embargo, al final es perdonado por un ermitaño, que le impone como penitencia contar su historia. Este poema forma parte del grupo de los poemas demoníacos, junto con el Khan Kubla y Christabel que se caracterizan por la búsqueda del perdón divino a través de una purga espiritual.
Su otro gran grupo de poemas son los Poemas conversacionales o de meditación, donde se manifiesta el deseo del poeta de volver al hogar, a una infancia perfeccionada.

EL KHAN KUBLA

En Xanadú, el Khan Kubla decretó
alzar una solemne cúpula de placeres:
donde Alph, el río sacro, iba fluyendo
por cavernas que el hombre nunca pudo
medir, hasta llegar a un mar sin sol.
Así diez millas de terreno fértil
se ciñeron de muros y de torres:
y hubo jardines con brillar de arroyos
sinuosos, con árboles del incienso floridos;
y había en las colinas viejos bosques
envolviendo lugares de verdor soleado.

Pero ¡ah, el profundo abismo romántico, bajando
al sesgo por la verde colina, entre los cedros!
¡Lugar silvestre! ¡Santo y encantado,
como en el que una vez, bajo una luna vaga,
aguardó una mujer a su amante-demonio!
De este abismo, en fermento siempre de torbellinos,
como si en apretados y rápidos jadeos
alentara la tierra, una fuente surgía
poderosa, con fuerza,
entre cuyo veloz brotar intermitente
grandes trozos de roca saltaban como en bóveda
de granizo, o el trigo que el trillador azota
con el mayal, quitándole su tamo;
y entre esas rocas, siempre brusco y fuerte,
saltaba el sacro río.
Después de cinco millas en meandros danzantes
por bosques y por valles corriendo, el río sacro
llegaba a las cavernas que nunca mide el hombre,
hundiéndose en un mar sin vida, con tumulto,
¡y en medio del tumulto Kubla oyó desde lejos
voces de antepasados profetizando guerra!
La sombra de la cúpula de placeres flotaba
a mitad de camino entre las ondas;
donde se oían los mezclados ritmos
de la fuente y las cuevas.
¡Era un raro milagro: una soleada
cúpula de placer con cavernas de hielo!


Y, un dulcémer tañendo, una doncella
vi una vez en visión: una abisinia
que, al son de su dulcémer, cantaba al monte Abora.
¡Ojalá reviviera en mi interior
su música y su canto!
Con tal hondo placer me vencería
que, con música fuerte y duradera,
podría construir en el aire esa cúpula,
¡la cúpula soleada; esas cuevas de hielo!
Y cuantos escucharan las verían allí,
y gritarían todos: ¡Mira, mira
sus ojos destellantes, su cabellera al viento!
Teje un círculo en torno de él tres veces,
y con un sacro temor cierra los ojos,
porque se ha alimentado de rocío de mieles
y ha bebido la leche del Edén.


TEXTO DEL ENSAYO DE BORGES El sueño de Coleridge.



El fragmento lírico Kubla Khan (cincuenta y tantos versos rimados e irregulares, de prosodia exquisita) fue soñado por el poeta inglés Samuel Taylor Coleridge, en uno de los días del verano de 1797. Coleridge escribe que se había retirado a una granja en el confín de Exmoor; una indisposición lo obligó a tomar un hipnótico; el sueño lo venció momentos después de la lectura de un pasaje de Purchas, que refiere la edificación de un palacio por Kublai Khan, el emperador cuya fama occidental labró Marco Polo. En el sueño de Coleridge, el texto casualmente leído procedió a germinar y a multiplicarse; el hombre que dormía intuyó una serie de imágenes visuales y, simplemente, de palabras que las manifestaban; al cabo de unas horas se despertó, con la certidumbre de haber compuesto, o recibido, un poema de unos trescientos versos. Los recordaba con singular claridad y pudo transcribir el fragmento que perdura en sus obras. Una visita inesperada lo interrumpió y le fue imposible, después, recordar el resto. "Descubrí, con no pequeña sorpresa y mortificación -cuenta Coleridge- que si bien retenía de un modo vago la forma general de la visión, todo lo demás, salvo unas ocho o diez líneas sueltas, había desaparecido como las imágenes en la superficie de un río, en el que se arroja una piedra, pero, ay de mí, sin la ulterior restauración de estas últimas." Swinburne sintió que lo rescatado era el más alto ejemplo de la música del inglés y que el hombre capaz de analizarlo podría (la metáfora es de John Keats) destejer un arco iris. Las traducciones o resúmenes de poemas cuya virtud fundamental es la música son vanas y pueden ser perjudiciales; bástenos retener, por ahora, que a Coleridge le fue dada en un sueño una página de no discutido esplendor.
El caso, aunque extraordinario, no es único. En el estudio psicológico The world of dream, Havelock Ellis lo ha equiparado con el del violinista y compositor Giuseppe Tartini, que soñó que el Diablo (su esclavo) ejecutaba en el violín una prodigiosa sonata; el soñador, al despertar, dedujo de su imperfecto recuerdo el Trillo del Diavolo. Otro clásico ejemplo de cerebración inconsciente es el de Robert Louis Stevenson, a quien un sueño (según él mismo ha referido en su Chapter on dreams) le dio el argumento de Olalla; y otro, en 1884, el de Jekyll y Hyde. Tartini quiso imitar en la vigilia la música de un sueño; Stevenson recibió del sueño argumentos, es decir, formas generales. Más afín a la inspiración verbal de Coleridge es la que Beda el Venerable atribuye a Caedmon (Historia eclesiastica gentis Anglorum, IV, 24). El caso ocurrió a fines de siglo VII, en la Inglaterra misionera y guerrera de los reinos sajones. Caedmon era un rudo pastor y ya no era joven; una noche, se escurrió de una fiesta porque previó que le pasarían el arpa, y se sabía incapaz de cantar. Se echó a dormir en el establo, entre los caballos, y en el sueño alguien lo llamó por su nombre y le ordenó que cantara. Caedmon contestó que no sabía, pero el otro le dijo: "Canta el principio de las cosas creadas." Caedmon, entonces, dijo versos que jamás había oído. No los olvidó, al despertar, y pudo repetirlos ante los monjes del cercano monasterio de Hild. No aprendió a leer, pero los monjes le explicaban pasajes de la historia sagrada y él "los rumiaba como un limpio animal y los convertía en versos dulcísimos, y de esa manera cantó la creación del mundo y del hombre y toda la historia del Génesis y el éxodo de los hijos de Israel y su entrada en la tierra de promisión, y muchas otras cosas de la Escritura, y la encarnación, pasión, resurrección y ascensión del Señor, y la venida del Espíritu Santo y la enseñanza de los apóstoles, y también el terror del Juicio Final, el horror de las penas infernales, las dulzuras del cielo y las mercedes y los juicios de Dios." Fue el primer poeta sagrado de la nación inglesa; "nadie se igualó a él -dice Beda-, porque no aprendió de los hombres sino de Dios." Años después, profetizó la hora en que iba a morir y la esperó durmiendo. Esperemos que volvió a encontrarse con su ángel.
A primera vista, el sueño de Coleridge corre el albur de parecer menos asombroso que el de su precursor. Kubla Khan es una composición admirable y las nueve líneas del himno soñado por Caedmon casi no presentan otra virtud que su origen onírico, pero Coleridge ya era un poeta y a Caedmon le fue revelada una vocación. Hay, sin embargo, un hecho ulterior, que magnifica hasta lo insondable la maravilla del sueño en que se engendró Kubla Khan. Si este hecho es verdadero, la historia del sueño de Coleridge es anterior en muchos siglos a Coleridge y no ha tocado aún a su fin.
El poeta soñó en 1797 (otros entienden que en 1798) y publicó su relación del sueño en 1816, a manera de glosa o justificación del poema inconcluso. Veinte años después, apareció en París, fragmentariamente, la primera versión occidental de una de esas historias universales en que la literatura persa es tan rica, el Compendio de historias de Rashid el-Din, que data del siglo XIV. En una página se lee: "Al este de Shang-tu, Kublai Khan erigió un palacio, según un plano que había visto en un sueño y que guardaba en la memoria." Quien esto escribió era visir de Ghazan Mahmud, que descendía de Kublai.
Un emperador mogol, en el siglo XIII, sueña un palacio y lo edifica conforme a la visión; en el siglo XVIII, un poeta inglés que no pudo saber que esa fábrica se derivó de un sueño, sueña un poema sobre el palacio. Confrontadas con esta simetría, que trabaja con almas de hombres que duermen y abarca continentes y siglos, nada o muy poco son, me parece, las levitaciones, resurrecciones y apariciones de los libros piadosos.
¿Qué explicación preferiremos? Quienes de antemano rechazan lo sobrenatural (yo trato, siempre, de pertenecer a ese gremio) juzgarán que la historia de los dos sueños es una coincidencia, un dibujo trazado por el azar, como las formas de leones o de caballos que a veces configuran las nubes. Otros argüirán que el poeta supo de algún modo que el emperador había soñado el palacio y dijo haber soñado el poema para crear una espléndida ficción que asimismo paliara o justificara lo truncado y rapsódico de los versos. Esta conjetura es verosímil, pero nos obliga a postular, arbitrariamente, un texto no identificado por los sinólogos en el que Coleridge pudo leer, antes de 1816, el sueño de Kublai. Más encantadoras son las hipótesis que transcienden lo racional. Por ejemplo, cabe suponer que el alma del emperador, destruido el palacio, penetró en el alma de Coleridge, para que éste lo reconstruyera en palabras, más duraderas que los mármoles y los metales.
El primer sueño agregó a la realidad un palacio; el segundo, que se produjo cinco siglos después, un poema (o un principio de poema) sugerido por el palacio; la similitud de sueños deja entrever un plan; el periodo enorme revela un ejecutor sobrehumano. Indagar el propósito de ese inmortal o de ese longevo sería, tal vez, no menos atrevido que inútil, pero es lícito sospechar que no lo ha logrado. En 1961, el P. Gerbillon, de la Compañía de Jesús, comprobó que del palacio de Kublai Khan sólo quedaban ruinas; del poema nos consta que apenas se rescataron cincuenta versos. Tales hechos permiten conjeturar que la serie de sueños y de trabajos no ha tocado a su fin. Al primer soñador fue deparada en la noche la visión del palacio y lo construyó; al segundo, que no supo del sueño del anterior, el poema sobre el palacio. Si no marra el esquema, algún lector de Kubla Khan soñará, en una noche de la que nos separan los siglos, un mármol o una música. Ese hombre no sabrá que otros dos soñaron, quizá la serie de los sueños no tenga fin, quizá la clave esté en el último.
Ya escrito lo anterior, entreveo o creo entrever otra explicación. Acaso un arquetipo no revelado aún a los hombres, un objeto eterno (…), esté ingresando paulatinamente en el mundo; su primera manifestación fue el palacio; la segunda el poema. Quien los hubiera comparado habría visto que eran esencialmente iguales.


3. LORD BYRON

Nadie como él ha encarnado el mito del poeta rebelde, aventurero y transgresor. De cuna aristocrática, culto y atractivo (aunque es cierto que cojeaba ligeramente), a los diez años  heredó el título de Lord y recibió una selecta educación en Cambridge, donde se distinguió por los escándalos y excesos. Se casó en 1815, pero su esposa le abandonó tras dar a luz a su única hija legítima, con la que nunca llegó a convivir. Su vida sentimental, marcada por un espíritu libertino y amoral, estuvo plagada de relaciones adúlteras, bisexuales e incluso de una relación incestuosa con su hermanastra. Todo ello provocó la agria censura de la sociedad británica, lo que le condujo a exiliarse de modo definitivo en 1816. Vivió después en varias ciudades europeas, Génova, Venecia, Pisa o Roma, en muchas de ellas con sus amigos Percy y Mary Shelley. En los últimos años de su vida, se identificó con la causa de la independencia griega contra los turcos. Murió en 1824.
George Gordon Byron comenzó su carrera con un libro de poemas, Horas de ocio. En 1812, a la vuelta del "Grand Tour" que lo había llevado a Lisboa, Sevilla, Cádiz y al próximo Oriente, publicó los dos primeros cantos de Las peregrinaciones del joven Harold, poema narrativo de tono autobiográfico que lo convirtió en una celebridad en el ambiente literario. Su protagonista es un trasunto del propio Byron, con el que crearía el modelo de héroe romantico que él mismo intentó emular en su vida. Un joven rebelde, hastiado de la vida y del placer, y en permanente contradicción interior, disfruta de la contemplación de los exóticos paisajes que recorre.
Su obra más recordada es Don Juan (1818-1824). Este extenso poema de 16 cantos - que quedó inconcluso - constituye una brillante sátira de la sociead inglesa de su época. En Sevilla, el joven don Juan inicia una peregrinación de una aventura amorosa a otra, hasta un total de seis, que le conducen por diversos escenarios, de Oriente a Inglaterra. Byron invierte el mito de don Juan describiendo en tono irónico sus conquistas, protagonizadas por un joven indefenso y seducido.



4. PERCY BYSSHE SHELLEY
Como miembro de una familia distinguida, se educó en Eton y Oxford y pudo vivir gracias a las pensiones y herencias de los suyos, por más que sus matrimonios y amores le causaron no pocos problemas, llevándolo a instalarse en Suiza y luego, desde 1818, en Italia, donde se ahogó en el naufragio de su yate. Había sido expulsado de la Universidad a raíz de la publicación del ensayo La necesidad del ateísmo, acorde ya con los ideales racionalistas y revolucionarios que pronto articuló en su poema La reina Mab (1813), luego muy difundido, y que lo volcaron un tiempo en la agitación política. Su obra, irregular y a veces un tanto desdibujada, se distingue por el aliento visionario, la inspiración utópica y una rica vena meditativa, presente también en muchas de sus piezas líricas y en el excelso Prometeo desencadenado (1820), que trata el tema de la rebelión y la humanidad sufriente como una alegoría de la libertad de la imaginación a partir de la regeneración por el amor. La plenitud de su poesía la alcanzó sin duda en Adonais (1821), elegía a la memoria de su amigo John Keats y a la vez apasionada proclamación de la fuerza de la poesía para superar las adversidades. El ensayo Defensa de la poesía (1822) expone su concepción de la poesía como instrumento de superación de la realidad y de la moral convencional.


5. JOHN KEATS


John Keats nació en 1795, a las afueras de Londres. Se quedó huérfano de padre a los siete años. Fue a una buena escuela y antes de los quince años ya había leído a los clásicos y traducía a Virgilio. Su madre murió en 1810 de tuberculosis, dejándole a él y a sus hermanos al cuidado de su abuela. La abuela nombró un tutor legal para Keats, quien le obligó a formarse como cirujano. Pero su interés por la literatura iba en aumento, hasta el punto de que en 1816 abandona por completo la medicina para dedicarse por entero a la poesía. Enseguida conoció al poeta Leigh Hunt, embarcado en la defensa del Romanticismo; trabó amistad con él y este lo introdujo en el selecto círculo de los más destacados poetas de su época como Percy Bysshe Shelley y Lord Byron, con los cuales amistó también. Leigh Hunt publicó en 1816 sus primeros poemas sueltos en su periódico Examiner, y un año después, su primer poemario completo bajo el sencillo título de Poemas (1817), que no fue muy bien acogido por la crítica.
La tuberculosis fue el peor enemigo del autor, ya que diezmó a su familia y acabó con su propia vida. Su hermano Tom murió de esta enfermedad en 1818 y Keats se traladó a vivir a Londres. Allí conoció a Fanny Brawne, mujer de la que permanecerá enamorado hasta su muerte, también de tuberculosis, en Italia, en 1821.
Durante 1819 Keats escribíó sus mejores poemas: Oda a Psyche, Oda a una urna griega, Oda a un ruiseñor, Oda a la melancolía y Oda al otoño, piezas clásicas de la literatura inglesa, que aparecieron en el mejor de sus libros, Lamia, Isabella, La víspera de santa Inés y otros poemas (1820).
Las odas constituyen un grupo de poemas que nacen de la inquietud romántica que provoca el reconocer el sentimiento de fracaso, de limitación del hombre y del arte. Todas son una reflexión sobre la transitoriedad de las cosas, el deseo de morir, sobre la vulnerabilidad de la relación amorosa, la belleza en el arte y en la naturaleza. También subyace en ellas otro de los temas básicos del repertorio romántico: la naturaleza, un bien perdido por las circunstancias sociales y económicas que siguieron a la Revolución Idustrial. Keats se recrea en la naturaleza considerándola como medio de expresión de los sentimientos del alma y del sentido trascendente de la vida. Vida y arte, belleza y verdad, se convierten en los temas centrales de sus odas.
La Oda a una urna griega, la más conocida, trata sobre el poder inmortalizador de la belleza, manifestado en las producciones artísticas que fueron capaces de elaborar los antiguos griegos. En el ánfora o urna, representa el dilema entre aceptar el estado temporal o la esperanza de escapar de él. Pero lo que ha centrado la preocupación de la crítica son los dos últimos versos: la unidad entre verdad y belleza expresada por la urna (Belleza/ es verdad, y verdad es belleza). Se trata de una meditación propia del Romanticismo, y del siglo XVIII en general, sobre la dicotomía entre la belleza (idealización de la obra de arte) y verdad (la ineludible realidad).

                                                           
ODA SOBRE UNA URNA GRIEGA
                             

                             I
Esposa de la calma, todavía intacta,
tú, hija adoptiva del silencio y del tiempo,
narradora del bosque que relatar puedes
historias floreadas más dulces que mis versos,
¿qué leyenda de hojas floreadas se congrega
en torno a tu figura: dioses, mortales, o ambos,
en Tempe o en los valles de la Arcadia? ¿Qué hombres,
qué dioses son estos? ¿Qué esquivas doncellas?
¿Qué acoso enloquecido? ¿Y qué lucha por zafarse?
¿Qué flautas y panderos? ¿Y qué delirante éxtasis?
                            II
Son dulces las melodías que oímos, y aún más dulces
las que nunca escuchamos; seguid, pues, tocando,
suaves caramillos, las más apreciadas
por el espíritu, no el oído, canciones inaudibles.
Bello joven, no dejes morir tu canto
bajo esos árboles nunca desnudos.
Osado amante, que nunca puedes besar por mucho
que a la meta te acerques; pero no te aflijas:
tu amada no se mustia, aunque no logres tu dicha,
¡la amarás para siempre, y para siempre será hermosa!
                            III
¡Ah, ramas venturosas que no perdéis
las hojas ni decís adiós a la Primavera!
¡Ah, feliz melodista que infatigable
entonas con tu flauta siempre canciones nuevas!
¡Amor aún más alegre, amor aún más dichoso,
eternamente cálido, en espera de su gozo,
para siempre anhelante, y joven para siempre!
Exhalando hacia lo alto toda pasión,
que deja al corazón hastiado y abatido,
la frente ardorosa, y la lengua reseca.                            
                           IV
¿Quiénes son estos que van al sacrificio?
¿A qué altar verdecido, sacerdote misterioso,
conduces esa vaquilla, de lomos sedosos,
adornados de guirnaldas, que muge hacia el cielo?
¿Qué pueblo construido a la orilla del río,
del océano o del monte, ciudadela pacífica,
se vacía de gentes esta mañana piadosa?
Y tus calles, pequeña ciudad, ya para siempre
quedarán en silencio, pues no volverá un alma
que pueda decir por qué estás desolada.
                            V
¡Oh, ática figura! ¡Oh, noble actitud! Hombres
y doncellas de mármol como adorno esculpidos,
con ramas del bosque y maleza pisada;
tú, forma silenciosa que a la razón hostigas,
como la eternidad. ¡Pastoral impasible!
Cuando la vejez a nuestra generación consuma,
sobrevivirás entre la angustia de otros,
tú, amiga de los ahombres, a los que siempre dices:
“La belleza es verdad, y la verdad belleza.
Todo eso y nada más habéis de saber en la tierra”.

En la Oda a un ruiseñor Keats confronta el sufrimiento humano con la inmortalidad del canto del ruiseñor. Todo ello expresado desde un estado de letargo, de sueño, que nos hace recordar el poema Kubla Khan, de Coleridge. El autor no siente envidia del ruiseñor, pero sí admite su dolor cuando observa el exceso de alegría que le infunde con su canto. Vemos aquí la relación paradójica entre el placer y el dolor. El poeta quiere huir de la angustia humana, de las canas, de la tristeza. Pretende conseguir el placer abandonando el tiempo presente para conseguir la belleza, aquí representada por el canto del ruiseñor. Quiere el vino de Hipocrene para perderse en la floresta con su ruiseñor. Pero Baco no basta, al ruiseñor se va con las alas de la Poesía. Ese ruiseñor es tildado de inmortal, al igual que su canto. Por tanto, aparece el contraste entre la belleza del arte y lo efímero de la condición humana, como en la Oda a una urna griega. Pensar es caerse en la pena. El ruiseñor, como la urna, son voces de la eternidad que buscan "arrancarnos del pensar".


ODA A UN RUISEÑOR


Me duele el corazón, y un sopor doloroso
aturde mis sentidos, como el tomar beleño,
o con un opio turbio bebido hasta las heces
hace un momento, hundiéndose, camino del Leteo;
y no por envidiar tu destino feliz, 
sino por demasiado dichoso con tu dicha,
pues tú, Dríada de alas ligeras en los árboles,
en algún bosquecillo melodioso de verdes
abedules y sombras innumerables, cantas
del verano, con toda la garganta, tranquilo.

II
¡Ah, si tuviera un sorbo de vino, refrescado
largo tiempo en la tierra de profundas cavernas,
gustando así de Flora y el campo verde, el baile,
la canción provenzal, y el júbilo soleado!
¡Ah, si tuviera un jarro lleno del Sur caliente,
lleno de ruboroso Hipocrene, el auténtico,
con burbujas guiñando en el borde, en rosario,
y mi boca manchada de púrpura! Ojalá
bebiera, abandonando el mundo sin ser visto,
contigo disipándome por el bosque en penumbra.

III
Disolviéndose lejos, olvidando del todo
lo que tú no has sabido jamás entre las hojas;
la fatiga, la fiebre, la prisa, aquí sentados
donde los hombres se oyen gemir unos a otros,
la vejez quita pocos, tristes, pálidos pelos;
la juventud marchita, hecha un espectro, muere;
donde sólo pensar ya es llenarse de pena
y desesperación de plomiza mirada;
sin poder la Belleza guardar sus claros ojos,
ni el nuevo Amor por ellos llorar más que mañana.

IV
Lejos, lejos, pues quiero escapar hacia ti,
no llevado en su carro por Baco y sus leopardos,
sino en las invisibles alas de la Poesía,
aunque el torpe cerebro se retarde, perplejo:
¡ya contigo! la noche es tierna, y por ventura
la Reina de la noche está en su trono; en torno
de ella el tropel de todas sus estelares Hadas;
pero no hay luz aquí, sino la que del cielo
desciende con el soplo de las brisas, por sombras
de verdura y musgosos caminos serpentinos.

V
No puedo ver qué flores hay a mis pies, 
ni qué suave incienso se enreda entre las ramas, pero
en balsámica sombra, cada aroma adivino,
con que la estación dota en este mes la hierba,
el seto, la espesura de frutales: el blanco
espino, y la englantina pastoral: las violetas,
tan pronto marchitadas, escondidas entre hojas;
la hija primogénita de mediados de mayo,
rosa almizclada, llena de vino de rocío,
toda zumbar de moscas en ocasos de estío.

VI
Escucho entre la sombra; muchas veces estuve
enamorado casi de la cómoda Muerte,
y le di dulces nombres en rimas de mi Musa,
que se llevara al aire mi aliento silencioso;
hoy más que nunca pienso que es riqueza el morir,
acabar sin dolor hacia la medianoche,
¡mientras estás lanzando hacia lo lejos tu alma
en un éxtasis tal! Tú cantarías siempre,
pero no servirían mis oidos: me habría 
vuelto un trozo de tierra para tu claro réquiem.

VII
Tú no has nacido para la Muerte, ¡inmortal Pájaro!
No han de pisotearte otras gentes hambrientas:
la voz que oigo esta noche fugaz es la que oyeron,
en los días antiguos, el labriego y el rey;
quizá este mismo canto se abrió camino al triste
corazón de Ruth, cuando, con nostalgia del hogar,
llorando, se detuvo en el trigal ajeno;
el mismo, tantas veces, fue un hechizo en murallas
mágicas, que se abrían a la espuma de mares
peligrosos, en tierras de leyenda, olvidadas.

VIII
¡Olvidadas! La misma palabra es la campana
que me hace con su son volver a mi ser solo.
¡Adiós! Tu quejumbrosa canción se va borrando
tras los prados cercanos, sobre el callado arroyo,
por la ladera: ahora se ha enterrado bien hondo
en los otros barrancos de los valles: ¿ha sido
una visión, o un sueño con los ojos abiertos?
Esa música huyó. ¿Duermo o estoy despierto? 
 


3. POESÍA ROMÁNTICA ITALIANA

1. GIACOMO LEOPARDI

Leopardi fue un aristócrata de provincia, fundamentalmente autodidacta, profundo conocedor de la Filología Clásica, físicamente débil, que vivió encerrado en la soledad, la amargura y la inteligencia. Según él, el mundo y la realidad conspiran para el sufrimiento del hombre, cuyo único consuelo está en la reflexión, la creación y la vaga esperanza de dejar una obra perdurable. Su aproximación a los postulados románticos se conjugó con una orientación estética clasicista y desembocó en una honda meditación sentimental, de expresión contenida. Leopardi, en efecto, no tuvo una lengua poética propia, antes bien se acomodó al estilo noble de la tradición italiana a partir de Petrarca, pero, dentro de ella, se movió en el nivel más llano, incluso con momentos de realismo coloquial. Los rasgos que le hacen inconfundible son el tono radicalmente pesimista, nihilista y escéptico, y la nitidez con que dibuja paisajes y escenas de costumbres transfigurados en estados de ánimo. El título fundamental de su parca obra poética son los Cantos, centrados en la evocación de la juventud frustrada, en el placer visto como interrupción del dolor adulto y en las cavilaciones en torno a la vacuidad de la vida.

                                                                    A LA LUNA
 
Oh, tú, graciosa luna, bien recuerdo
que sobre esta colina, ahora hace un año,
angustiado venía a contemplarte:
y tú te alzabas sobre aquel boscaje
como ahora, que todo lo iluminas.
Mas trémulo y nublado por el llanto
que asomaba a mis párpados, tu rostro
se ofrecía a mis ojos, pues doliente
era mi vida; y aún lo es, no cambia,
oh, mi luna querida. Y aún me alegra
el recordar y el renovar el tiempo
de mi dolor. ¡Oh, qué dichoso es
en la edad juvenil, cuando aún tan larga
es la esperanza y breve la memoria,
el recordar las cosas ya pasadas,
aun tristes, y aunque duren las fatigas!



4. POESÍA ROMÁNTICA FRANCESA

Hasta 1820, Madame de Staël y François René de Chateaubriand fueron las dos grandes figuras del Romanticismo francés: ella es autora del ensayo Sobre Alemania; él es conocido sobre todo por la autobiografía Memorias de ultratumba. Posteriormente, la influencia de Rousseau, Goethe y Lord Byron propició la aparición de un grupo poético en el que destacaron Alphonse de Lamartine y Victor Hugo.

1. ALPHONSE DE LAMARTINE

Lamartine escribió las Meditaciones, un conjunto de poemas elegíacos que provocaron una gran conmoción por su tono suavemente melancólico y la delicada ternura con la que expresa su sentimiento amoroso, visto siempre como pura emoción. También tuvo éxito El lago, poema en el que la visión de la naturaleza da lugar a una gran exaltación lírica.












2. VICTOR HUGO

El apasionante novelista de Nuestra Señora de París y de Los miserables; el dramaturgo de Cromwell, principal manifiesto del Romanticismo en Francia; y de Hernani; el crítico, el polemista, el hombre público, el héroe nacional, fue siempre y sobre todo poeta impenitente. Del inicial legitimismo durante la restauración y de la postura monárquica, pasó a un liberalismo de vanguardia que se manifestó en un discreto apoyo al movimiento popular de 1848, en la oposición al golpe de estado contra Luis Napoleón Bonaparte y en quince años de exilio, en las islas del Canal y en Bélgica, a causa de su enfrentamiento acérrimo con el gobierno de Napoleón III. De todas estas actitudes y de todas las experiencias, sentimientos, ideas y veleidades de una larga vida hay un copioso reflejo en sus libros de versos: Odes et ballades, Orientales, Les feuilles d´automne, Les chants du crépuscule, Les contemplations.




5. LA NOVELA HISTÓRICA

La novela romántica es esencialmente histórica, es decir, está ambientada en el pasado, normalmente medieval (lo que constituye un reflejo del nacionalismo). No obstante, los protagonistas no suelen ser grandes figuras históricas. Este hecho no es arbitrario, porque cuando se trata de un personaje de primera magnitud, se conocen los acontecimientos y se impone la realidad, de forma que el resultado es una historia novelada; con personajes anónimos, el escritor tiene libertad para crear al héroe y establecer las condiciones necesarias para enfrentarlo a su mundo.

WALTER SCOTT

Walter Scott (1771-1832) nació en Edimburgo, en una familia de antiguas tradiciones escocesas. En 1772 sufrió poliomielitis, enfermedad que lo dejó cojo. Tras pasar los primeros años de su infancia en los Borders, en 1775 regresa a Edimburgo, donde estudió Derecho. Una vez acabada la carrera, realizó el primero de los muchos viajes que lo llevaron a tierras poco frecuentadas, al norte de Escocia, en búsqueda de nuevas baladas que todavía estuvieran vivas dentro de la tradición oral. En 1797, se casó con Margaret Charlotte Charpentier.
En 1804 adquirió una imprenta. Gracias a los buenos resultados de la empresa, compró el castillo de Abbotsford, donde vivió hasta el final de su vida, con la visión de revivir el mundo aristocrático de los terratenientes. La quiebra de la imprenta lo condujo a trabajar frenéticamente para poder hacer frente a las deudas y mantener su casa. Scott murió en 1832.


En 1814 publicó Waverley, considerada la primera novela histórica. Empezada en 1805, no terminó la obra hasta 1813, momento en que se vio obligado a publicarla, de forma anónima, empujado por las necesidades económicas. En esta novela se detectan ya las características fundamentales de sus obras: el interés por el folclore local; las descripciones de paisajes y de acontecimientos históricos; la enorme fuerza de los diálogos; la caracterización del héroe típicamente romántica y la influencia de la novela gótica. Esta novela, Guy Mannering y El anticuario forman la denominada "trilogía escocesa". En Cuentos de mi posadero se encuentran narraciones muy conocidas como La pastora de Lammermoor o Rob Roy.  

En 1823 publicó su obra más famosa, Ivanhoe, que presenta el conflicto anglo-escocés en el enfrentamiento entre normandos y sajones durante la época de Ricardo Corazón de León.

Los personajes de Scott son héroes desconocidos, con los que el pueblo puede identificarse fácilmente; son personajes planos, que permiten al autor tratar grandes conflictos históricos y revivir el pasado desde una perspectiva nostálgica y conservadora.


[Ivanhoe lleva a cabo su particular cruzada contra Juan Sin Tierra, pérfido hermano del rey que se aprovecha de su retención en Austria para disfrutar del trono. Para ello se sirve de la ayuda de Robin de Locksley, que posteriormente será conocido como Robin Hood. Este se presenta en un certamen de tiro con arco, y compite con Huberto, favorito del arrogante príncipe Juan. Primero dispara Huberto, que da en el círculo central de la diana, pero no justo en el centro]
Quitaron el blanco y lo sustituyeron por otro de igual tamaño. En su calidad de vencedor, Huberto tenía derecho a tirar el primero; examinó el blanco con mucha atención, y miró durante largo rato con la vista la distancia, teniendo en la mano su arco tendido y la flecha puesta en la cuerda. Al fin, avanzó un paso, levantó el arco a lo largo del brazo, hasta que la empuñadura estuvo casi al nivel de sus ojos, y retiró la cuerda hacia la oreja. La flecha hendió el aire, silbando, y fue a clavarse en el círculo interior del blanco, pero no exactamente en el centro. –No habéis tenido en cuenta el viento, Huberto –dijo Locksley, tendiendo su arco–; sin esa circunstancia, el tiro hubiera sido mejor. Profiriendo estas palabras, y sin tomarse la molestia de apuntar, Locksley se colocó en el sitio indicado y desemballestó su flecha, con aire al parecer tan negligente como si ni siquiera mirara al blanco. Hablaba todavía en el momento de partir la flecha, y no obstante, esta se clavó dos pulgadas más cerca del centro que la del guarda. –¡Voto al sol que nos alumbra! –exclamó el príncipe–; si te dejas vencer por ese bribonazo, mereces que te ahorquen. […] Alentado de esta suerte, Huberto ocupó nuevamente su sitio, y no echando en saco roto el consejo de su adversario, tuvo en exacta cuenta la ligera ráfaga de aire que acababa de levantarse, y tiró con tal destreza que su flecha fue a clavarse en el mismo centro del blanco. –¡Hurra! ¡Viva Huberto! –gritó la multitud, que se interesaba más por su paisano que por un desconocido–. ¡En el centro!... ¡En el centro! ¡Viva Huberto! –¿Cómo te las arreglarás ahora, Locksley, para mejorar ese flechazo? –dijo el príncipe con sonrisa irónica. –Voy a rajar su flecha –respondió Locksley. Y apuntando con más atención que la primera vez, su flecha cayó derecha sobre la del guarda y la hizo astillas. Esta maravillosa prueba de destreza petrificó de tal suerte a los espectadores, que no pudieron dar curso a su sorpresa con las aclamaciones ordinarias. –¡Es el diablo –murmuraban los arqueros– y no un hombre de carne y hueso! Jamás se ha visto cosa igual desde que se tendió el primer arco en Inglaterra.



ALEJANDRO DUMAS


Nació en 1802 en Villers-Cotterêts; con unos estudios deficientes, se instaló en París y comenzó a trabajar para el duque de Orleans como escribiente. La fama le llegó en 1829 a raíz de la representación, en la Comédie Française, de Enrique III y su corte. Publicando dramas y novelas históricas, adquirió una considerable fortuna que dilapidó y, asediado por los acreedores, huyó a Bruselas. Regresa a París en 1853 y se embarca en diversas empresas que fracasaron. Casi arruinado, se refugia en casa de su hijo, donde murió en 1870.
Dumas fue un escritor muy prolífico: publicó unas 300 obras de temas muy variados (tragedias, dramas, melodramas, novelas de aventuras, etc.), además de numerosos artículos. Sin embargo, a menudo contó con la ayuda de colaboradores, entre los cuales destaca Auguste Marquet, que intervino en varias novelas suyas: Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo.



VICTOR HUGO


Las novelas de Victor Hugo se ambientan en el pasado, pero conectándolo con los debates contemporáneos más importantes. De hecho, todas sus novelas están al servicio de una idea, lo que explica las numerosas digresiones que interrumpen la narración; además, en sus obras, el narrador se identifica con los pobres, hecho único por aquel entonces en la literatura francesa, en la que los temas y los protagonistas se extraían del mundo de la burguesía. Sus personajes están sometidos a una implacable fatalidad y, como consecuencia, se ofrece una aproximación a lo sublime, una lucha titánica destinada a fracasar.
La primera gran novela de este autor es Nuestra Señora de París (1831). Más tarde, publica Los Miserables (1862).


[La novela se inicia con unas celebraciones populares frente a la iglesia de Nuestra Señora de París, donde conocemos a Esmeralda, la bailarina gitana; Quasimodo, un deforme y feo jorobado que se encarga de las campanas de la iglesia; y Claude Frollo, un clérigo. Frollo, atraído por la bailarina, pide a su protegido Quasimodo que la rapte. Sin embargo, la intervención del capitán Febo impide la consumación del secuestro y lleva a Quasimodo a la condena del suplicio público. Es azotado en la plaza, y recibe todo el odio y los insultos del pueblo, que lo detesta por su fealdad. Quasimodo pide agua]
–¡Agua! –repitió por tercera vez Quasimodo.
Entonces vio cómo se apartó el gentío. Una muchacha curiosamente ataviada salió de entre la gente. Iba acompañada de una cabrita blanca de cuernos dorados y llevaba una pandereta en la mano.
El ojo de Quasimodo centelleó. Era la bohemia a la que había intentado raptar la noche anterior, fechoría por la que comprendía vagamente que estaba sufriendo aquel castigo, lo que, por otra parte, no era cierto ni mucho menos, pues se le estaba juzgando por la desgracia de ser sordo y por haber sido juzgado por un sordo. Estaba seguro de que también ella había venido para vengarse y darle, como hacían los otros, su golpe correspondiente. […]
Ella, sin decir una sola palabra, se aproximó al reo, que se retorcía en vano para librarse de ella, y soltando una calabaza que a guisa de recipiente tenía atada a la cintura, la acercó muy despacio a los labios áridos del desdichado.
Entonces, de aquel ojo tan seco y encendido hasta entonces, se vio desprenderse una lágrima que fue lentamente deslizándose por aquel rostro deforme y contraído hacía ya mucho rato por la desesperación.

EL JOROBADO DE NOTRE DAME (DISNEY):http://www.youtube.com/watch?v=9jccw6VAbmk


MARY SHELLEY

Mary Wollstonecraft Shelley nació en Londres. Hija del escritor y economista William Godwin y de la escritora feminista Mary Wollstonecraft, se educó en un ambiente de ideas románticas e ilustradas. Con 17 años se escapó de casa junto al poeta Percy Byshe Shelley, con quien se casó dos años más tarde, cuando se suicidó su primera esposa. Al morir su esposo, Mary Shelley pidió a pie de pira que se abriera el cadáver de su marido para sacarle el corazón; conservó esta víscera y la llevó consigo a todos sus viajes. Murió paupérrima en Londres en 1851.

Su obra más destacada, Frankestein o el moderno Prometeo, es de 1818. Se considera una obra maestra de la llamada novela gótica.

TEXTO A: Una siniestra noche del mes de noviembre, pude por fin contemplar el resultado de mis fatigosas tareas. Con una ansiedad casi agónica, coloqué al alcance de mi mano el instrumental que iba a permitirme encender el brillo de la vida en la forma inerte que yacía a mis plantas. Era la una de la madrugada, la lluvia repiqueteaba lúgubremente en las calles y la vela que iluminaba la estancia se había consumido casi por completo. De pronto, al tenebroso fulgor de la llama mortecina, observé cómo la criatura entreabría sus ojos ambarinos y desvaídos. Respiró profundamente y sus ojos se movieron convulsos.
¿Cómo podía transmitirle la emoción que sentí ante aquella catástrofe o hallar frases que describan el repugnante engendro que, al precio de tantos esfuerzos y trabajos, había creado? Sus miembros estaban, es cierto, bien proporcionados y había intentado que sus rasgos no carecieran de cierta belleza. ¡Belleza! ¡Dios del cielo! Su piel amarillenta apenas cubrían la red de músculos y vasos sanguíneos. Su cabello era largo y sedoso, sus dientes muy blancos, pero todo ello no lograba más que realzar el horror de sus ojos vidriosos, cuyo color podía confundirse con el de las pálidas órbitas en las que estaban profundamente hundidos, lo que contrastaba con la arrugada piel del rostro y la rectilínea boca de negruzcos labios.
Aunque muy numerosas, las alteraciones de la existencia son menos apreciables que las de los sentimientos humanos. A lo largo de dos años había trabajado encarnizadamente con el solo objeto de otorgar vida a un organismo inanimado. Para lograrlo me había privado del necesario descanso, puesto en serio peligro mi salud, sin que ninguna moderación pudiera apagar mi fervor. Y, sin embargo, cuando mi obra estaba ya lista, mi sueño perdía todo atractivo y una repulsión invencible se apoderaba de mí.
No pudiendo soportar por más tiempo la visión del monstruo, salí precipitadamente del laboratorio [...]

TEXTO B: "¡Maldito, maldito creador! ¿Por qué me disteis la existencia? ¿Por qué no extinguí, en aquel mismo instante, la llama de la vida que con tanta inconciencia habíais encendido? No sé, en verdad, qué me contuvo. La desesperación no había hecho presa todavía en mí con todo sus horror inenarrable. No experimenté, entonces, más que cólera y un deseo invencible de venganza. ¡Qué placer me hubiera producido la destrucción del chalet y de todos los que lo habitaban! ¡Con qué gozo hubiera escuchado sus alaridos de espanto y dolor! [...] A aquellas horas todas las criaturas descansaban o gozaban; sólo yo, maldito monstruo diabólico, acarreaba en mi interior mi propio infierno y, al no encontrar una amistad o un afecto, deseaba arrancar de raíz los árboles y dispensar a mi paso la muerte y la destrucción, tras de lo cual tomaría asiento en las ruinas y contemplaría las pavesas acumuladas a mi alrededor"

TEXTO C: "- Estáis equivocado- respondió el inbfame monstruo-. Pero, a pesar de todo, estoy dispuesto a discutir con vos en vez de proferir amenazas. Os he dicho ya que mi maldad proviene, tan sólo, de mi desdicha. ¿Acaso no me rechaza toda la humanidad? Vos, mi creador, deseáis destruirme y, de este modo, vencer. Pero reflexionad, decidme ¿por qué debo ser misericordioso para con los demás si ellos se muestran tan implacables conmigo? A vuestro entender no sería un crimen arrojarme en un abismo para destruir este cuerpo que construisteis con vuestras propias manos. ¿Por qué debo respetar al ser humano cuando éste alberga para conmigo tales deseos? Que conviva en buena hora conmigo; si aceptara, lejos de causarle el menor daño, yo le haría todo el bien que de mí dependiera y, llorando de felicidad, le daría pruebas de mi gratitud.[...]Si no pueden sentir amor por mí, ¡allá ellos!, sentirán miedo[...]"