El protagonista de este cuento es
Vanka Chukov, un niño de nueve años, huérfano de madre y padre, que vive en
Moscú en casa del zapatero Alojin para aprender el oficio. Solo y sin cariño
por parte de unos tutores que lo explotan y maltratan, Vanka escribe una carta
a su abuelo Constantino Makarich en la noche de Navidad, mientras todos han ido
a misa, para pedirle que venga a por él y se lo lleve de vuelta a la aldea en
donde, un día, vivió con él y con sus padres.
El tema principal del cuento es
la falta de caridad de una sociedad hipócrita y cruel que mantiene las
apariencias cristianas, cumpliendo con el precepto de ir a misa en Navidad,
mientras deja abandonado a Vanka, encerrado en la casa. Por eso contrasta tanto
la sinceridad inocente con que el niño siente la religión, que se aprecia en la
mirada que dirige al icono en busca de protección cuando se dispone a escribir,
y en las reiteradas peticiones a Dios (“pido a Dios”, “te prometo pedirle
siempre a Dios”, “le rogaré a Dios”, “en nombre de Nuestro Señor”) con la
hipocresía de una sociedad que, en vez de la caridad, lo que practica con Vanka
es la violencia constante. Así se explica su “temor de ser sorprendido”, cuando
va a comenzar la carta; las agresiones que sufre por parte de sus maestros y de
los otros oficiales (“todo el mundo me pega”); y que, incluso, llegue a considerar
natural el sufrir esas palizas y que no le importe que su abuelo también le
golpee (“si no estás contento conmigo puedes pegarme todo lo que quieras”).
El retrato crítico que se hace de
esa sociedad – elemento que entronca el relato con el Realismo – nos retrotrae
a la época del feudalismo: hay amos y siervos. En la aldea, Vanka, sus padres y
su abuelo servían en casa de los señores; en Moscú, nuestro protagonista
trabaja como un esclavo en casa de sus amos. Desde la ciudad, el niño idealiza
la vida que llevaba en la aldea y la recuerda con nostalgia como una época en
que sentía el cariño y la protección de la familia. Allí hay dos figuras,
Constantino Makarich y Olga Ignatievna, que representan ese tiempo feliz. Es curioso
que Vanka no haga ninguna referencia a sus padres en su evocación del pasado,
salvo para decir que están muertos. En su lugar, él ejerce en su recuerdo el
papel de la figura paterna y ella, el de la materna. Olga, además, tiene otro
significado como hija de los señores a los que sirve la familia de Vanka. Ella
es la única que ha mostrado algún cariño por el niño, que le ha enseñado a
contar, leer y escribir – lo que justifica que ahora esté redactando la carta
que constituye el grueso de la narración –, que se ha mostrado “caritativa”, en
definitiva. La denuncia de Chejov está en la esterilidad y en lo interesado de
ese acto de conmiseración, pues la señorita sólo se ocupa de Vanka mientras su
madre, la criada, está viva. Cuando muere, el niño no tiene ninguna función en
la casa y por tanto ejercer la caridad con él es un acto inútil. Entonces
comienza la degradación. Pasa a ser un siervo en la cocina y, de ahí,
seguramente por no saber hacer nada, lo expulsan de la casa y lo mandan a Moscú
como aprendiz de zapatero; en realidad, esclavo de la familia de Alojin.
Centrémonos ahora en la carta. De
ella destaca, sobre todo, el realismo en la imitación del estilo infantil del
protagonista. Comenzando desde su inicio – la inocencia de quien se presenta con
un “soy yo” –, continuando con la información innecesaria (“no tengo papá ni
mamá”, ¿cómo no lo va a saber el abuelo?), la utilización del diminutivo
(“abuelito”) y las reiteradas repeticiones (“abuelito ven”, “ven, abuelito,
ven”, “ven enseguida, abuelito”), y acabando con una sintaxis sencilla, con
oraciones cortas y simples, con más yuxtaposición que subordinación (“Ten
piedad del pobrecito huérfano. Todo el mundo me pega, se burla de mí, me
insulta. Y, además, siempre tengo hambre.”); todo en este texto refleja el
estado de habla y la forma de pensar de un niño de nueve años. Por otra parte, la
carta es un texto argumentativo, dado que está dirigido a un interlocutor al
que se pretende convencer de la validez de una tesis. El interlocutor es
Constantino Makarich, y el objetivo es que venga a Moscú a rescatar a Vanka. De
ahí, las numerosas veces que el niño se dirige a él tanto por su nombre como
por su denominación de “abuelo” o “abuelito”, y la repetición machacona de la
tesis, con alguna ligera variación (“abuelito, ven”).
En cuanto al personaje central,
Vanka Chukov, es inevitable no recordar en él la figura del pícaro, tanto por
su recorrido vital al servicio de varios amos, como, sobre todo, por el hecho
de que cuente su vida a través de una carta. Así, si Lázaro escribe a Vuestra
Merced para relatarle su autobiografía desde el comienzo y así convencerle de
que no haga caso de lo que de él y su mujer rumorean por Toledo, el niño escribe
a su abuelo para moverle a dejar su aldea y que vaya por él a la ciudad. De
ahí, claro, que Chejov se vea en la necesidad de justificar que alguien tan
humilde como Vanka esté redactando esta carta, y por eso uno de los recuerdos
que el niño selecciona es el de Olga Ignatievna enseñándole a leer y escribir.
También son importantes en este
cuento las figuras de los dos perros Canelo y Serpiente. Sobre todo este
último, pues es claramente simbólico. Con su cuerpo alargado, su astucia, sus
malas intenciones siempre ocultas bajo una falsa dulzura, con su hipocresía,
representa a los jesuitas (“se adivinaba, bajo aquella máscara de cariño, una perfidia
jesuítica”). Bajo los mordiscos del Serpiente en las pantorrillas de la gente,
la rapiña en los corrales de los campesinos y su capacidad para sobrevivir a
cualquier intento de destruirlo está la orden de la Compañía de Jesús y, tras
ella, todo un clero que adula a los señores mientras que exprime y deja morir
en la miseria a los siervos, los más necesitados. Estos perros, además, sirven
de contraste para poner más en evidencia la deshumanización que subyace en el
cuento, también en la figura del abuelo – nadie se salva –, puesto que su vida
es más fácil y más regalada que la del propio Vanka, quien no se engaña al respecto
(“esto no es vivir; los perros viven mejor que yo”).
Y llegamos al final, que aparece
falsamente abierto. El niño se duerme con la esperanza de que la carta llegue a
su destino, e incluso sueña con ello y con que el abuelo se la lea a las
cocineras de la casa en donde sirve. Podríamos pensar que existe una
posibilidad de que eso ocurra, pero no. En la última línea aparece el perro
Serpiente en el sueño de Vanka, meneando el rabo de derecha a izquierda, para
decirle que no.
En cuanto al comentario formal, el texto pertenece a la variedad discursiva de la narración. Los hechos se relatan desde el punto de vista de un narrador omnisciente en 3ª persona, pero por detrás de él aparecen otras dos modalidades narrativas: el narrador protagonista -el niño Vanka- y el narrador en estilo indirecto libre. El primero aparece siempre entrecomillado pues es el que, en 1ª persona, escribe la carta a Contantino Makarich. El acierto de Chejov en dar la palabra al niño, y no relatarnos el contenido de la epístola en estilo indirecto, está en que, de esta manera, consigue hacer más creíble la desesperación de Vanka y llegar de forma más eficaz al corazón del lector. Pero la característica formal más importante del cuento, y la que más revela su pertenencia al Realismo, es el abundante uso del estilo indirecto libre. Toda la evocación idealizada que el niño hace de su aldea, mientras toma un descanso en la redacción de la carta, ("En aquel momento, el abuelo de Vanka estaría, de fijo, a la puerta. (...) La Vía Láctea se distinguiría muy bien, como si, con motivo de la fiesta, la hubieran lavado y frotado con nieve...") está escrita siguiendo esta técnica narrativa. La oración exclamativa "¡Dios mío, qué encanto!", es otro ejemplo de la utilización de este estilo.
Sobre las formas verbales, lo más significativo, otra vez, es la utilización del condicional en el fragmento en estilo indirecto libre antes comentado ("el abuelo estaría", "embromaría a los cocineros", "les daría vaya a las mujeres", "les preguntaría", "las mujeres estornudarían"...). Este tiempo verbal nos revela que no estamos ante el relato de hechos reales, sino que se trata de las ilusiones, de los deseos y sueños de Vanka, que se imagina la aldea como el paraíso perdido del que nunca debería de haber salido. La frase con que el narrador nos regresa a la realidad es totalmente reveladora: "Vanka, imaginándose todo esto, suspiraba". Del resto de las formas verbales, destacamos la diferencia entre el pretérito imperfecto de indicativo, usado para las descripciones ("Era un viejecillo", "tenía sesenta y cinco años", "Durante el día dormía o bromeaba con los cocineros y por la noche se paseaba"...), en que la acción está detenida; y el pretérito perfecto simple de indicativo, que hace avanzar la acción ("Ayer me pegaron. El maestro me cogió por los pelos y me dio unos cuantos correazos", "la maestra cogió la sardina y me dio en la cara con ella"). En el cuento es muy importante, también, el uso del presente de indicativo, que es el tiempo en el que el niño escribe a su abuelo, tanto para contarle su situación, como para relatarle hechos cotidianos que se repiten y que no son puntuales (pues, para estos, utiliza el perfecto simple, como acabamos de ver): "Los otros aprendices, como son mayores que yo, me mortifican, me mandan por vodka a la taberna y me hacen robarle pepinos a la maestra, que, cuando se entera, me sacude el polvo." Y, para terminar con este apartado de los verbos, no podemos dejar de referirnos a la utilización del futuro imperfecto de indicativo por parte de Vanka para el fragmento de su carta en que acumula los argumentos para convencer a su abuelo de que venga a rescatarle ("Si no me sacas de aquí, moriré", "Te seré todo lo útil que pueda", "Rogaré por ti", "Buscaré trabajo, guardaré el rebaño"...).
Dentro de la narración encontramos varios pasajes descriptivos. En ellos hay que diferenciar el punto de vista que adopta el narrador. El primero de ellos es aquel en el que se describe la figura de Constantino Makarich y sus perros. Aparentemente es una descripción objetiva, pero el uso del diminutivo ("Era un viejecillo") y la alusión a la "perfidia jesuítica" del perro Serpiente, dejan entrever el pensamiento del autor. En el otro, se describe la aldea nevada, pero, ahora, desde el punto de vista de Vanka. Por eso, aquí la acumulación de adjetivos, algunos antepuestos, ("atmósfera límpida y fresca", "sus tejados blancos", "alegres guiños"), metáforas ("los árboles plateados"), símiles y personificaciones ("parecían hacerle alegres guiños", "La Vía Láctea se distinguiría muy bien como si...") le dan un carácter lírico y subjetivo, el propio de la idealización de la aldea por parte del niño.
Para acabar, insistimos en algo que ya hemos señalado en el comentario del contenido del cuento. Se trata de la diferencia de estilo entre el contenido de la carta, con numerosas muestras que reflejan la forma de escribir y de expresarse de un niño de nueve años, y el del resto del relato. Esta caracterización del personaje a través de su manera de hablar es una característica más del Realismo al que pertenece Chejov.
En cuanto al comentario formal, el texto pertenece a la variedad discursiva de la narración. Los hechos se relatan desde el punto de vista de un narrador omnisciente en 3ª persona, pero por detrás de él aparecen otras dos modalidades narrativas: el narrador protagonista -el niño Vanka- y el narrador en estilo indirecto libre. El primero aparece siempre entrecomillado pues es el que, en 1ª persona, escribe la carta a Contantino Makarich. El acierto de Chejov en dar la palabra al niño, y no relatarnos el contenido de la epístola en estilo indirecto, está en que, de esta manera, consigue hacer más creíble la desesperación de Vanka y llegar de forma más eficaz al corazón del lector. Pero la característica formal más importante del cuento, y la que más revela su pertenencia al Realismo, es el abundante uso del estilo indirecto libre. Toda la evocación idealizada que el niño hace de su aldea, mientras toma un descanso en la redacción de la carta, ("En aquel momento, el abuelo de Vanka estaría, de fijo, a la puerta. (...) La Vía Láctea se distinguiría muy bien, como si, con motivo de la fiesta, la hubieran lavado y frotado con nieve...") está escrita siguiendo esta técnica narrativa. La oración exclamativa "¡Dios mío, qué encanto!", es otro ejemplo de la utilización de este estilo.
Sobre las formas verbales, lo más significativo, otra vez, es la utilización del condicional en el fragmento en estilo indirecto libre antes comentado ("el abuelo estaría", "embromaría a los cocineros", "les daría vaya a las mujeres", "les preguntaría", "las mujeres estornudarían"...). Este tiempo verbal nos revela que no estamos ante el relato de hechos reales, sino que se trata de las ilusiones, de los deseos y sueños de Vanka, que se imagina la aldea como el paraíso perdido del que nunca debería de haber salido. La frase con que el narrador nos regresa a la realidad es totalmente reveladora: "Vanka, imaginándose todo esto, suspiraba". Del resto de las formas verbales, destacamos la diferencia entre el pretérito imperfecto de indicativo, usado para las descripciones ("Era un viejecillo", "tenía sesenta y cinco años", "Durante el día dormía o bromeaba con los cocineros y por la noche se paseaba"...), en que la acción está detenida; y el pretérito perfecto simple de indicativo, que hace avanzar la acción ("Ayer me pegaron. El maestro me cogió por los pelos y me dio unos cuantos correazos", "la maestra cogió la sardina y me dio en la cara con ella"). En el cuento es muy importante, también, el uso del presente de indicativo, que es el tiempo en el que el niño escribe a su abuelo, tanto para contarle su situación, como para relatarle hechos cotidianos que se repiten y que no son puntuales (pues, para estos, utiliza el perfecto simple, como acabamos de ver): "Los otros aprendices, como son mayores que yo, me mortifican, me mandan por vodka a la taberna y me hacen robarle pepinos a la maestra, que, cuando se entera, me sacude el polvo." Y, para terminar con este apartado de los verbos, no podemos dejar de referirnos a la utilización del futuro imperfecto de indicativo por parte de Vanka para el fragmento de su carta en que acumula los argumentos para convencer a su abuelo de que venga a rescatarle ("Si no me sacas de aquí, moriré", "Te seré todo lo útil que pueda", "Rogaré por ti", "Buscaré trabajo, guardaré el rebaño"...).
Dentro de la narración encontramos varios pasajes descriptivos. En ellos hay que diferenciar el punto de vista que adopta el narrador. El primero de ellos es aquel en el que se describe la figura de Constantino Makarich y sus perros. Aparentemente es una descripción objetiva, pero el uso del diminutivo ("Era un viejecillo") y la alusión a la "perfidia jesuítica" del perro Serpiente, dejan entrever el pensamiento del autor. En el otro, se describe la aldea nevada, pero, ahora, desde el punto de vista de Vanka. Por eso, aquí la acumulación de adjetivos, algunos antepuestos, ("atmósfera límpida y fresca", "sus tejados blancos", "alegres guiños"), metáforas ("los árboles plateados"), símiles y personificaciones ("parecían hacerle alegres guiños", "La Vía Láctea se distinguiría muy bien como si...") le dan un carácter lírico y subjetivo, el propio de la idealización de la aldea por parte del niño.
Para acabar, insistimos en algo que ya hemos señalado en el comentario del contenido del cuento. Se trata de la diferencia de estilo entre el contenido de la carta, con numerosas muestras que reflejan la forma de escribir y de expresarse de un niño de nueve años, y el del resto del relato. Esta caracterización del personaje a través de su manera de hablar es una característica más del Realismo al que pertenece Chejov.