Maupassant escribe con este
cuento una Madame Bovary en
miniatura. Su protagonista, como la de la novela de Flaubert, vive insatisfecha
con la existencia gris que le ha tocado en suerte. Hija de una familia de
empleados y esposa de un triste funcionario, Matilde Loisel,– como Emma, también
hija de un pequeño agricultor y mujer de un sencillo médico rural – ansía una
vida de lujo y refinamiento que su marido no le puede proporcionar. El
desencadenante de la acción del relato es una invitación que el señor Loisel
recibe para acudir a una velada en el ministerio para el que trabaja. Matilde
no quiere ir porque no tiene los trajes ni las joyas convenientes para presentarse
como ella desea a tal acto social. Finalmente, consigue que su marido le compre
un bonito vestido y que su amiga rica le preste uno de sus collares. Así
ataviada, su triunfo en la velada es completo. Todos la admiran y alaban su
belleza y buen gusto. Pero, al llegar a casa, descubre que ha perdido el
collar. A partir de ahí toda su vida va a cambiar. Tras una búsqueda
infructuosa, los Loisel acuerdan comprar una nueva joya, idéntica a la
extraviada, para poder devolvérsela a su dueña y que no apreciase el cambio. Con
este fin, en un nuevo paralelismo con Madame
Bovary, caen en manos de los usureros, que les extraen hasta el último
céntimo. Diez años después, ya saldadas todas las deudas, pero envejecida por
una vida miserable de privaciones, Matilde se encuentra con su antigua amiga
rica. Decide entonces confesarle todo el sufrimiento que ha pasado para compensar
la pérdida del collar de diamantes que le prestó. Y ésta, conmovida por el
gesto, le revela que aquel collar era de piedras falsas.
Estamos ante un cuento de
falsedades. Matilde Loisel, como el collar que le presta su amiga, es una falsa
Emma Bovary. Ésta sí vive con autenticidad su deseo de escapar de su anodina existencia
pueblerina, porque cree que hay otro mundo exquisito y literario que está
destinado para ella. Madame Loisel, en cambio, sólo desea satisfacer una
vanidad descomunal (“¡Cuánto habría dado por agradar, ser envidiada, ser
atractiva y asediada!”) y, para ello, lo único que necesita es aparentar. Es
como la joya falsa, que sirve igual que la verdadera si es una buena imitación.
Por eso, Matilde llega al culmen de su dicha sin necesidad de cambiar de vida,
como sí hizo Emma, sólo con la ayuda de un bonito vestido y un collar de
bisutería.
Las otras falsedades son las
relaciones que la protagonista establece con su esposo y con su amiga. Con él,
no hay amor; se han casado porque ella es consciente de que no puede aspirar a
nada mejor. Con su amiga, la relación es de mutua hipocresía. Matilde no la
estima en absoluto, sino que la envidia hasta el punto de que ir a visitarla le
supone pasar luego varios días de desesperación. Y su antigua amiga del
colegio, por su parte, también mantiene con ella las apariencias de una falsa
amistad, dado que no la avisa de que le ha prestado una joya falsa. El estuche,
un verdadero estuche de joyería que la amiga compró para guardar su falso
collar, es, así, un claro símbolo de la vaciedad de la relación entre ambas
mujeres.
La figura del marido es un calco
de la de Charles Bovary. Los dos son tristes y aburridos y están muy a gusto
con su condición. No aspiran a más, sino a disfrutar con tranquilidad de la
mediocridad de sus vidas. Y ambos se sacrifican hasta lo extremo por que sus
mujeres sean felices. En este sentido, Maupassant hace un guiño al lector al
situar la vivienda de los Loisel en la calle de los Mártires, en una clara anticipación
del final del relato.
Dejamos para el final el
naturalismo que caracteriza a este cuento. En él se aprecian con nitidez tanto
el determinismo como la influencia del medio ambiente en la vida y el destino
de los personajes, que son propios de este movimiento literario. Matilde Loisel
es una mujer desgraciada porque vive, casi contra natura, en un ambiente que no
le corresponde, dado que todo en ella, como si estuviera determinada
biológicamente por sus genes, la empuja a aspirar a otra cosa (“Sufría
constantemente, sintiéndose nacida para todas las delicadezas y todos los lujos”).
Además, cuando las circunstancias la obligan a cambiar su modo de vida, se
opera en ella una metamorfosis que la transforma en “una vieja (…) la mujer
fuerte, dura y ruda de las familias pobres”. No es posible dejar de pensar en
la transformación que también sufre Cenicienta cuando el reloj da las doce
campanadas y en el zapato de cristal –de cristal, como el collar– que pierde.
En cuanto al comentario formal,
el texto pertenece a la variedad discursiva de la narración. Los hechos se
cuentan desde el punto de vista de un tradicional narrador omnisciente en 3ª
persona. Pero son los pasajes en que se emplea el estilo indirecto libre los
que nos sirven para localizar el relato como perteneciente al
Realismo/Naturalismo. (“Si notara la sustitución, ¿qué supondría? ¿No era
posible que imaginara que lo habían cambiado de intento?” “¿Cuál sería su fortuna,
su estado al presente, si no hubiera perdido el collar? ¡Quién sabe! ¡Quién
sabe! ¡Qué mudanzas tan singulares ofrece la vida! ¡Qué poco hace falta para
perderse o para salvarse!”).
Del uso de los tiempos verbales,
destacamos la diferencia existente entre el pretérito imperfecto de indicativo,
que congela la acción y sirve para la descripción o para el relato de hechos
repetidos en el tiempo (“Carecía de dote, y no tenía esperanzas de cambiar”, “Sufría
constantemente”, “Pensaba en las antecámaras mudas”…) y el pretérito perfecto
simple, que hace avanzar la acción (“Una mañana el marido volvió a su casa”, “Ella
rompió vivamente la envoltura y sacó un pliego impreso”, “tiró la invitación
sobre la mesa”…). Así, la aparición de estos perfectos simples se da a partir
de la escena en que el marido trae la invitación, pues es entonces cuando
empiezan a sucederse los hechos. Hasta entonces, todo ha sido ambientación y
caracterización de los personajes.
En el texto también encontramos
otras tipologías textuales, como el diálogo y la descripción. En cuanto a la
primera, se caracteriza por su agilidad, la rapidez en la réplicas y, por
tanto, por su verosimilitud. Hay, incluso, un fragmento en que estos rasgos se
dan con toda perfección, cuando Matilde y su marido descubren la pérdida del
collar y se interrogan por su paradero. La ausencia de verbos de lengua y la
abundancia de oraciones interrogativas, breves y directas, contribuyen a ello.
Estos diálogos, además, sirven para la caracterización de los personajes. De
ahí los diminutivos que utiliza el marido (“mujercita mía”, “un traje
sencillito”) que nos lo muestran rozando la cursilería, como un hombre simplón,
muy alejado de lo que espera de él su mujer.
Las descripciones las encontramos
al principio y al final del cuento. La del inicio, la que retrata los
“delirantes ensueños” de Matilde, tiene un carácter romántico en el que el
lirismo viene dado por la anteposición de los adjetivos (“altas lámparas”, “pulcros
lacayos”, “anchos sillones”, “intenso calor”, “grandes salones”, “finos muebles”).
Se trata de una descripción desde el punto de vista de la protagonista en la
que, otra vez, los diminutivos (“saloncillos coquetones”, “figurillas
inestimables”) revelan la actitud un poco burlona e incluso displicente del
narrador hacia las imaginaciones de ella. Por el contrario, la del final es plenamente
naturalista, pues retrata, casi hasta la hipérbole, la miserable vida que
Matilde y su marido se han visto obligados a sufrir para pagar la deuda del
collar.
Para terminar, nos referiremos a
los recursos literarios presentes en el texto. El más abundante es la
enumeración (“la pobreza de su hogar, la miseria de las paredes, sus
estropeadas sillas, su fea indumentaria”). Algunas veces, esa enumeración se da
también junto a la anáfora, lo que dota al cuento de un ritmo muy pausado (“Pensaba
en las antecámaras mudas”, “pensaba en los grandes salones”, “pensaba en las
comidas delicadas”, “pensaba en los exquisitos y selectos manjares”). Por lo
demás, el relato no abunda en otros tipos de recursos. Destacamos un símil (“una
de esas vetustas berlinas … cual si les avergonzase su miseria durante el día”)
y un quiasmo (“siempre joven”, “hermosa siempre”).
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