La poesía romántica alemana había tenido un
precedente en los autores del
Sturm und Drang; también se vio
impulsada por la revista “
Atheneaum”, fundada por los
hermanos Schlegel, en la cual se publicaron las teorías que August
Schlegel había manifestado en sus cursos sobre Literatura y Arte en
la Universidad de Berlín,
según las cuales
la poesía romántica debía retornar a la
Edad Media para librarse de la influencia clásica.
A. FIEDRICH HÖLDERLIN
Hölderlin
(1770-1843) nació en Lauffen am Neckar y estudió Teología en
la Universidad de Tübingen.
Durante su etapa estudiantil entabló amistad con Hegel, con quien compartía una
gran admiración por
la Revolución
Francesa.
Se estableció en Frankfurt,
donde trabajó como preceptor en la casa del banquero Jacob Gontard, pero
abandonó la ciudad en 1798. Empezó entonces un periodo de intensa creatividad
durante el que compuso sus grandes elegías. Después de un viaje a pie por
Francia, su esquizofrenia (enfermedad que se le había manifestado por primera
vez en 1802) empeoró, y se hizo irreversible cuando conoció la muerte de
Suzette. Hölderlin muere en 1843.
Este poeta alemán no
pertenece directamente ni al Clasicismo ni al Romanticismo, pero su
pensamiento refleja elementos comunes a ambos: comparte con el Clasicismo su
gusto por la belleza de la forma y la exaltación del mundo griego;
es romántico en su sentido místico de la naturaleza, así como por los
elementos del panteón y las imágenes cristianas.
Su poesía fue adquiriendo
tonos cada vez más pesimistas: su etapa de juventud es de inspiración
rousseauniana (la naturaleza es inocente y el mal del mundo es un producto
perverso de la sociedad); posteriormente, Hölderlin llegó a la conclusión de que
el mal también existe en la naturaleza y que el ser humano nace de la
corrupción.
TEXTO A.1: El Archipiélago.
Hasta que, despertando de angustioso sueño, se levante
el alma de los hombres, juvenilmente alegre, y el hábito bendito del amor,
de nuevo, como muchas veces antes entre los hijos florecientes de la Hélade,
sople en una nueva época, y el espíritu de la naturaleza,
el que viene
desde lejos, el dios, se nos aparezca entre nubes doradas
sobre nuestras
frentes más libres, y permanezca en paz entre nosotros.
¡Ay! ¿no vienes
todavía?, y aquéllos, los nacidos divinos,
continúan viviendo, ¡oh día!,
solitarios en lo profundo
de la tierra, mientras una primavera, siempre
viviente,
apunta sobre la cabeza de los mortales, sin que nadie la
cante.
¡Pero no por más tiempo! Ya oigo a lo lejos el canto coral
del día
de fiesta sobre la verde colina y el eco del bosquecillo,
donde se levanta el
pecho de los adolescentes, donde se funde
sosegadamente el alma del pueblo
en la más libre canción en honor del dios,
al que corresponde la altura, mas
para quien los valles también son sagrados;
pues allá donde gozosa se
apresura el agua con creciente juventud
entre las flores del campo, y donde
maduran en llanuras soleadas
el noble trigo y los árboles frutales, se
coronan contentos
para la fiesta los devotos; y sobre la colina de la ciudad
resplandece,
igual que una vivienda humana, el pórtico celeste de la alegría.
Pues toda la vida se ha llenado de sentido divino,
y, perfeccionando
todo, vuelves a aparecer, como entonces, por todas partes
ante tus hijos,
¡oh naturaleza!, y, como de montaña rica en manantiales,
fluyen de aquí y de
allá bendiciones sobre el alma germinante del pueblo.
TEXTO A.2:
LA INFLUENCIA DE HÖLDERLIN
EN LAS ODAS DE LUIS CERNUDA.
a) En 1935, Luis
Cernuda, en colaboración con Hans Gebser, publicó en la revista Cruz y
Raya, de José Bergamín, unas traducciones de Hölderlin.
b) ODA
La
tristeza sucumbe, nube impura,
alejando su vuelo con sombrío
resplandor indolente,
languidece
perdiéndose a lo
lejos, leve, oscura.
El furor implacable del estío
toda la vida espléndida
estremece
y profunda la ofrece
con sus felices horas,
sus soles, sus auroras,
delirante, azulado
torbellino.
Desde la luz, el más puro camino,
con el fulgor que pisa
compitiendo
vivo, bello y divino,
un joven dios avanza sonriendo.
¿A qué cielo natal, ajeno,
ausente,
le niega esa inmortal presencia esquiva,
ese contorno tibiamente pleno?
De
mármol animado quiere, y siente;
inmóvil pero trémulo se aviva
al soplo de un purpúreo anhelar
lleno.
El dibujo sereno
del
desnudo, tan puro
en un reflejo
duro,
copia la luz que mira su reposo.
Y, levantando el bulto prodigioso,
desde el sueño remoto donde
yace,
Destino poderoso,
a
la fuerza suprema firme nace.
Pero ¿es un dios? El ademán parece
romper de su actitud la pura
calma
con un gesto de muda melodía
que luego suspendido no perece;
silencioso, mas vívido, con
alma,
mantiene sucesiva su
armonía;
el dios que traslucía,
ahora olvidado yace;
eco suyo, renace
el hombre que ninguna nube
cela.
La hermosura diáfana no vela
ya la atracción humana ante el sentido;
y su forma revela
un mundo eternamente
presentido.
Qué prodigiosa
forma palpitante,
cuerpo perfecto en el vigor primero,
en su plena belleza tan
humano.
Alzando su contorno triunfante
sólido sí, mas ágil y ligero,
abre la vida
inmensa ante su mano.
Todo el
horror en vano
a esa firmeza entera
con sus sombras quisiera
derribar de tan fúlgida armonía.
Pero, acero obstinado, sólo fía
en
sí mismo ese orgullo tan altivo;
claramente se guía
con potencia admirable, libre y vivo.
Cuando la fuerza bella, la
destreza
despliega en la
amorosa empresa ingrata
el cuerpo; cuando trémulo suspira;
cuando en la sangre, oculta
fortaleza,
el amor desbocado se desata,
el labio con afán ávido aspira
la gracia que respira
una forma indolente;
bajo su
brazo siente
otro cuerpo de
lánguida blancura
distendido, ofreciendo su ternura,
como cisne mortal entre el
sombrío
verdor de la espesura,
que ama, canta y sucumbe en desvarío.
Mas los tristes cuidados
amorosos
que tercamente la pasión reclama
de quien la vida entre sus manos
deja,
el tierno lamentar, los enojosos
hastíos escondidos del que ama
y
tantas lentas lágrimas de queja,
el azar firme aleja
de este cuerpo sereno;
a su vigor tan pleno
la libertad
conviene solamente,
no el
cuidado vehemente
de las terribles y fugaces glorias
que el amor más ardiente
halla en
fin tras sus débiles victorias.
Así en su labio enamorada nace
un ala luminosa dilatando
por el
viril semblante la alegría.
Y
la antigua tristeza ya deshace,
desde el candor primero gravitando,
la amargura secreta que
nutría.
El cuerpo sólo fía
en su bella destreza,
en su divina fuerza
que por los tensos músculos
remueve.
Y a la orilla cercana, al agua leve,
la forma tras la extraña imagen
salta;
relámpago de nieve
bajo la luz difusa de tan alta.
Sonriente, dormida bajo el
cielo,
soñaba el agua mientras fluye lenta,
idéntica a sí misma y
fugitiva.
Mas en tumulto alzándose, en revuelo
de rota espuma, al nadador
ostenta
ingrávido en su fuga a la deriva.
Y la forma se aviva
con reflejos
de plata;
ata el río y
desata,
en transparente lazo mal seguro,
aquel rumbo veloz entre su oscuro
anhelar ya resuelto en
diamante.
La luz, esplendor
puro,
cálida envuelve al cuerpo como amante.
Un frescor sosegado se
levanta
hacia las hojas desde
el verde río
y en invisible vuelo se diluye.
La sombra misteriosa ya
suplanta
entre el boscaje ávido y sombrío
a la luz tan diáfana que huye.
Y
la corriente fluye
con un
rumor sereno;
todo el cielo está lleno
del trinar que algún pájaro desvela.
El bello cuerpo en pie,
desnudo cela,
bajo la rama
espesa, entretejida
como difícil tela,
su cegadora nieve estremecida.
¡Oh, nuevo dios! Su deslumbrante
brío
el crepúsculo vuelve vagoroso
en perezosa gracia seductora.
Todo el fúlgido encanto del
estío
el fatigado bosque
rumoroso
con reposo vacío lo evapora.
Vana y feliz la hora
al sopor indolente
se abandona; no siente
la
silenciosa y lánguida hermosura,
por la centelleante trama oscura
huye el cuerpo feliz casi en un
vuelo,
dejando la
espesura
por la delicia púrpura del cielo.
B.
NOVALIS
Novalis (1772-1801), nacido en
el seno de una familia noble de Sajonia, recibió una educación pietista. Estudió
Derecho en Jena, donde asistió a los cursos de Historia impartidos por Schiller
y conoció a Fitche, cuya filosofía idealista gravita sobre toda su obra. Después
de trasladarse a Leipzig en 1791, conoció a los hermanos Schlegel, con los que
colaboró en la revista “Athenaeum”. Un año más tarde, se trasladó a
Wittenberg para ejercer la jurisprudencia. La muerte de su prometida, Sophie von
Kühn, en 1797, a
causa de la tuberculosis, lo afectó profundamente. En 1799 ocupó el cargo de
administrador de minas en Weissenfels, poco antes de su prematura
muerte.
La obra de Novalis es a la
vez literaria, poética y filosófica. Novalis, que publicó muy poco en vida,
es autor de miles de notas teóricas en las que combina ciencia, poesía,
religión, política y filosofía. La mayoría de estas notas se recogen en
El borrador general. Se caracterizan estas notas por un espíritu
enciclopédico, propio del primer Romanticismo y presente también en Fiedrich
Schlegel, quien proyectaba escribir una enciclopedia literaria. Novalis imaginó en El
borrador general una forma específica de saber total, en el que el arte y,
sobre todo, la poesía son la clave de todo. En el corazón de su reflexión se
encuentra la búsqueda de un idealismo mágico que combina potencia espiritual y
creación literaria. Este idealismo tiene como finalidad sintetizar diferentes
formas (como sujeto y objeto) y, al mismo tiempo, producir, gracias a la
imaginación creadora, una armonía global que Novalis denomina la edad de oro.
Los textos poéticos de
Novalis son, en verso: Himnos a la noche y Cantos
espirituales; en prosa, Los discípulos en Sais. Su obra maestra en
prosa es Enrique de Ofterdingen, ambientada en un universo
medieval mítico, y que publicó póstumamente su amigo Ludwick Tieck.
TEXTO B.1: Himnos a la noche.
Avanza horrible espectro hacia los convidados
y
llena su alma toda de un gran terror secreto.
Hasta los mismos dioses se
sienten conturbados,
ni a llevar calma aciertan al corazón inquieto.
Era
misteriosa de esta visión la senda;
no aplacaba su rabia ni súplica ni
ofrenda.
¿Sabéis qué era? La
Muerte, que esa deshecha orgía
con dolor y con lágrimas y miedo
interrumpía.
Forzado a separarse, al fin, eternamente,
de lo
que el alma mece en el más dulce encanto,
de todo lo que inspira, con un amor
ferviente,
anhelo infatigable e inextinguible llanto,
al mortal parecía tan
sólo reservado
un sueño mortecino, luchar desesperado.
Del placer,
estrellada ya estaba la ola loca
del hastío infinito en la funesta
roca.
Embelleció al espectro queriendo hacerle
inerme
la osada fantasía que hasta lo ignoto escarpa;
un dulce adolescente
la luz apaga, y duerme;
será el fin apacible como el gemir de un
arpa.
Dilúyese el recuerdo de sombras en raudales:
el canto del destino,
tal fue, de los mortales.
Mas de la eterna muerte quedó el misterio
arcano.
¡Oh, Muerte! ¡Oh, grave signo de un gran poder
lejano!
[...]
¡Oh, ved, ya está la losa alzada,
abierta está la
sepultura:
la humanidad resucitada,
contigo siéntese hermanada,
libre
de toda ligadura!
Todo pesar se desvanece
ante tu copa, que
convida,
cuando la tierra desaparece
en la suprema
despedida.
La muerte, a bodas ya nos llama;
están las
vírgenes dispuestas;
clara es la lumbre que derrama
dentro de sus lámparas la
llama;
no falta aceite en nuestras fiestas.
De tu cortejo el sacro
coro
llene el profundo firmamento,
llámennos ya los astros de oro
con
dulce voz y humano acento.
A
tí levántanse, ¡oh, María!,
millares ya de corazones;
desde la hondura de
esta fría
tierra, tan lóbrega y sombría,
te claman: »¡No nos
abandones!«
¡Ah! su plegaria no deseches;
sanar confían de sus
males
cuando, amorosa, les estreches
entre tus brazos
maternales.
¡Cuántos de ardor ya consumidos,
vencidos ya por
cruel tortura,
de nuestro mundo desasidos
volaron ya y contigo
unidos
gozando están de tu ventura!;
si en horas trágicas nos
vimos,
bajaron para confortarnos.
Hoy hacia ellos ya subimos
al lado
suyo a eternizarnos.
Ante ninguna sepultura
solloza ya quien ama y
cree;
ya del amor la herencia pura
de fuerza y hurto está
segura.
¡Dichoso aquel que la posee!
Viene la noche y, en su brillo,
se
refrigera su hondo anhelo;
su corazón es un castillo
que guardan ángeles
del cielo.
Nuestra terrena vida asciende
hacia la vida
sempiterna.
El alma ya más claro entiende
pues ya la abrasa, ya la
enciende
una amorosa llama interna,
los astros son racimo ingente
que,
a chorros, da vino de vida;
en un lucero refulgente
será cada alma
convertida.
¡Ah!, dadivoso, amor invita
a todos; no hay de hoy
más ausencia.
En plenitud toda se agita,
cual mar sin playas,
infinita,
del universo la existencia.
¡Eterna noche de delicia!
¡Canto
sin fin! ¡Eterno poema!
El sol que a todos acaricia
es, ¡oh, gran Dios!, tu
faz suprema.
2. LA
POESÍA ROMÁNTICA INGLESA
La poesía romántica inglesa se manifiesta en dos
generaciones de escritores:
a) La primera recibe el nombre de
lakistas, porque sus componentes residieron una temporada en la región de
los lagos del noroeste de Inglaterra. Compusieron los primeros poemas claramente
románticos entre 1798 y 1815, y está representada sobre todo por William
Wordsworth (1770-1850) y Samuel Taylor Coleridge (1770-1834), autores de una obra conjunta y anónima, las Baladas líricas (1798).
b) Los poetas de la segunda generación reciben
el nombre de poetas rebeldes; forman parte de ella tres grandes figuras
de la lírica inglesa: Lord Byron (1788-1824), Percy Bysshe Shelley
(1792-1822) y John Keats (1795-1821).
1. WILLIAM WORDSWORTH
En colaboración con
Coleridge, publicó en 1798, anónimas, las
Baladas líricas, cuyo prólogo
es considerado como el manifiesto del Romanticismo en Inglaterra. Los
temas
principales de su poesía nacen de la
observación directa de la naturaleza por
los sentidos y de una intención de liberar al hombre en el ámbito
político,
religioso y sexual. Destaca la importancia del
sentimiento y la
imaginación en la creación oética y se rechazan las formas y los temas literarios convencionales. La
renovación del lenguaje
poético que propugnó y practicó consiste básicamente en que no existe un lenguaje especial prara la poesía, ni asuntos que le estén reservados; se puede hablar en verso de todo lo que forma parte de la conversación, empleando el mismo lenguaje que el coloquial. Su vasta producción, cuya joya es quizá el autobiográfico
The
Prelude, tiende a evitar los materiales tópicamente poéticos para explotar,
en cambio, la expresividad del lenguaje ordinario y la nobleza de los temas
rústicos. Central en Wordsworth es
la distancia que se establece entre la
experiencia inmediata y el recuerdo de esa experiencia tal y como se revive en
el poema: la poesía es "
la emoción rememorada en la tranquilidad".
2. SAMUEL TAYLOR
COLERIDGE
Coleridge (1772-1834) se destacó como
el
mayor teórico de la primera generación del Romanticismo inglés, en particular al
lado de Wordsworth, con quien compartió muchos ideales y proyectos. La adicción
al opio, un carácter voluble y la "
vocación de ser un hombre echado a
perder" (T. S. Eliot) no le permitieron dejar una obra poética más
contundente, pero la
Balada del viejo marinero y el
Khan Kubla
(1816) bastan para reconocerle una fisonomía propia, por su efusiva evocación de
lo fantástico y de lo exótico. En la misma línea va el inconcluso
Christabel. Especial influencia y popularidad consiguió gracias a sus
escritos filosóficos y críticos. La
Biographia literaria, un conjunto de
disertaciones y notas autobiográficas sobre literatura, diagnosticó
con bastante anticipación el peligro que aún había de acusarse en el
Romanticismo posterior: evaluar la obra de un autor por su mitología personal
más que por su hechura literaria. Muy analizada ha sido su distinción entre la
"fantasía", que se limita a acumular desordenadamente imágenes e impresiones, y
la "imaginación", que las elabora y reduce a la unidad.
Para Coleridge, como para Wordsworth, la naturaleza es la forma en que se manifiesta lo divino y el medio para analizar la propia interioridad. Mientras que Wordsworth se centra en el análisis del yo a partir de la observación de las cosas sencillas de la vida cotidiana, Coleridge, en cambio, recurre al pasado como un tiempo misterioso y fantástico, proyectando al lector hacia el mundo de la imaginación y lo sobrenatural.
En las Baladas líricas (1798), las cuatro primeras composiciones eran de Coleridge y las demás de Wordsworth. De Coleridge destaca la Balada del viejo marinero, que fue castigado con la muerte de toda la tripulación de su barco por haber matado un albatros. Sin embargo, al final es perdonado por un ermitaño, que le impone como penitencia contar su historia. Este poema forma parte del grupo de los poemas demoníacos, junto con el Khan Kubla y Christabel que se caracterizan por la búsqueda del perdón divino a través de una purga espiritual.
Su otro gran grupo de poemas son los Poemas conversacionales o de meditación, donde se manifiesta el deseo del poeta de volver al hogar, a una infancia perfeccionada.
EL KHAN KUBLA
En Xanadú, el Khan Kubla decretó
alzar una solemne cúpula de placeres:
donde Alph, el río sacro, iba fluyendo
por cavernas que el hombre nunca pudo
medir, hasta llegar a un mar sin sol.
Así diez millas de terreno fértil
se ciñeron de muros y de torres:
y hubo jardines con brillar de arroyos
sinuosos, con árboles del incienso floridos;
y había en las colinas viejos bosques
envolviendo lugares de verdor soleado.
Pero ¡ah, el profundo abismo romántico, bajando
al sesgo por la verde colina, entre los cedros!
¡Lugar silvestre! ¡Santo y encantado,
como en el que una vez, bajo una luna vaga,
aguardó una mujer a su amante-demonio!
De este abismo, en fermento siempre de torbellinos,
como si en apretados y rápidos jadeos
alentara la tierra, una fuente surgía
poderosa, con fuerza,
entre cuyo veloz brotar intermitente
grandes trozos de roca saltaban como en bóveda
de granizo, o el trigo que el trillador azota
con el mayal, quitándole su tamo;
y entre esas rocas, siempre brusco y fuerte,
saltaba el sacro río.
Después de cinco millas en meandros danzantes
por bosques y por valles corriendo, el río sacro
llegaba a las cavernas que nunca mide el hombre,
hundiéndose en un mar sin vida, con tumulto,
¡y en medio del tumulto Kubla oyó desde lejos
voces de antepasados profetizando guerra!
La sombra de la cúpula de placeres flotaba
a mitad de camino entre las ondas;
donde se oían los mezclados ritmos
de la fuente y las cuevas.
¡Era un raro milagro: una soleada
cúpula de placer con cavernas de hielo!
Y, un dulcémer tañendo, una doncella
vi una vez en visión: una abisinia
que, al son de su dulcémer, cantaba al monte Abora.
¡Ojalá reviviera en mi interior
su música y su canto!
Con tal hondo placer me vencería
que, con música fuerte y duradera,
podría construir en el aire esa cúpula,
¡la cúpula soleada; esas cuevas de hielo!
Y cuantos escucharan las verían allí,
y gritarían todos: ¡Mira, mira
sus ojos destellantes, su cabellera al viento!
Teje un círculo en torno de él tres veces,
y con un sacro temor cierra los ojos,
porque se ha alimentado de rocío de mieles
y ha bebido la leche del Edén.
TEXTO DEL ENSAYO DE BORGES El sueño de Coleridge.
El
fragmento lírico Kubla Khan (cincuenta y tantos versos rimados e irregulares,
de prosodia exquisita) fue soñado por el poeta inglés Samuel Taylor Coleridge,
en uno de los días del verano de 1797. Coleridge escribe que se había retirado
a una granja en el confín de Exmoor; una indisposición lo obligó a tomar un
hipnótico; el sueño lo venció momentos después de la lectura de un pasaje de
Purchas, que refiere la edificación de un palacio por Kublai Khan, el emperador
cuya fama occidental labró Marco Polo. En el sueño de Coleridge, el texto
casualmente leído procedió a germinar y a multiplicarse; el hombre que dormía
intuyó una serie de imágenes visuales y, simplemente, de palabras que las
manifestaban; al cabo de unas horas se despertó, con la certidumbre de haber
compuesto, o recibido, un poema de unos trescientos versos. Los recordaba con
singular claridad y pudo transcribir el fragmento que perdura en sus obras. Una
visita inesperada lo interrumpió y le fue imposible, después, recordar el
resto. "Descubrí, con no pequeña sorpresa y mortificación -cuenta
Coleridge- que si bien retenía de un modo vago la forma general de la visión,
todo lo demás, salvo unas ocho o diez líneas sueltas, había desaparecido como
las imágenes en la superficie de un río, en el que se arroja una piedra, pero,
ay de mí, sin la ulterior restauración de estas últimas." Swinburne sintió
que lo rescatado era el más alto ejemplo de la música del inglés y que el
hombre capaz de analizarlo podría (la metáfora es de John Keats) destejer un
arco iris. Las traducciones o resúmenes de poemas cuya virtud fundamental es la
música son vanas y pueden ser perjudiciales; bástenos retener, por ahora, que a
Coleridge le fue dada en un sueño una página de no discutido esplendor.
El
caso, aunque extraordinario, no es único. En el estudio psicológico The
world of dream, Havelock Ellis lo ha equiparado con el del violinista y
compositor Giuseppe Tartini, que soñó que el Diablo (su esclavo) ejecutaba en
el violín una prodigiosa sonata; el soñador, al despertar, dedujo de su
imperfecto recuerdo el Trillo del Diavolo. Otro clásico ejemplo de
cerebración inconsciente es el de Robert Louis Stevenson, a quien un sueño
(según él mismo ha referido en su Chapter on dreams) le dio el argumento
de Olalla; y otro, en 1884, el de Jekyll y Hyde. Tartini quiso
imitar en la vigilia la música de un sueño; Stevenson recibió del sueño
argumentos, es decir, formas generales. Más afín a la inspiración verbal de
Coleridge es la que Beda el Venerable atribuye a Caedmon (Historia
eclesiastica gentis Anglorum, IV, 24). El caso ocurrió a fines de siglo
VII, en la Inglaterra misionera y guerrera de los reinos sajones. Caedmon era
un rudo pastor y ya no era joven; una noche, se escurrió de una fiesta porque
previó que le pasarían el arpa, y se sabía incapaz de cantar. Se echó a dormir
en el establo, entre los caballos, y en el sueño alguien lo llamó por su nombre
y le ordenó que cantara. Caedmon contestó que no sabía, pero el otro le dijo:
"Canta el principio de las cosas creadas." Caedmon, entonces, dijo
versos que jamás había oído. No los olvidó, al despertar, y pudo repetirlos
ante los monjes del cercano monasterio de Hild. No aprendió a leer, pero los
monjes le explicaban pasajes de la historia sagrada y él "los rumiaba como
un limpio animal y los convertía en versos dulcísimos, y de esa manera cantó la
creación del mundo y del hombre y toda la historia del Génesis y el éxodo de
los hijos de Israel y su entrada en la tierra de promisión, y muchas otras
cosas de la Escritura, y la encarnación, pasión, resurrección y ascensión del
Señor, y la venida del Espíritu Santo y la enseñanza de los apóstoles, y
también el terror del Juicio Final, el horror de las penas infernales, las
dulzuras del cielo y las mercedes y los juicios de Dios." Fue el primer
poeta sagrado de la nación inglesa; "nadie se igualó a él -dice Beda-,
porque no aprendió de los hombres sino de Dios." Años después, profetizó
la hora en que iba a morir y la esperó durmiendo. Esperemos que volvió a
encontrarse con su ángel.
A
primera vista, el sueño de Coleridge corre el albur de parecer menos asombroso
que el de su precursor. Kubla Khan es una composición admirable y las
nueve líneas del himno soñado por Caedmon casi no presentan otra virtud que su
origen onírico, pero Coleridge ya era un poeta y a Caedmon le fue revelada una
vocación. Hay, sin embargo, un hecho ulterior, que magnifica hasta lo
insondable la maravilla del sueño en que se engendró Kubla Khan. Si este
hecho es verdadero, la historia del sueño de Coleridge es anterior en muchos
siglos a Coleridge y no ha tocado aún a su fin.
El
poeta soñó en 1797 (otros entienden que en 1798) y publicó su relación del
sueño en 1816, a manera de glosa o justificación del poema inconcluso. Veinte
años después, apareció en París, fragmentariamente, la primera versión
occidental de una de esas historias universales en que la literatura persa es
tan rica, el Compendio de historias de Rashid el-Din, que data del siglo
XIV. En una página se lee: "Al este de Shang-tu, Kublai Khan erigió un
palacio, según un plano que había visto en un sueño y que guardaba en la
memoria." Quien esto escribió era visir de Ghazan Mahmud, que descendía de
Kublai.
Un
emperador mogol, en el siglo XIII, sueña un palacio y lo edifica conforme a la
visión; en el siglo XVIII, un poeta inglés que no pudo saber que esa fábrica se
derivó de un sueño, sueña un poema sobre el palacio. Confrontadas con esta
simetría, que trabaja con almas de hombres que duermen y abarca continentes y
siglos, nada o muy poco son, me parece, las levitaciones, resurrecciones y
apariciones de los libros piadosos.
¿Qué
explicación preferiremos? Quienes de antemano rechazan lo sobrenatural (yo
trato, siempre, de pertenecer a ese gremio) juzgarán que la historia de los dos
sueños es una coincidencia, un dibujo trazado por el azar, como las formas de
leones o de caballos que a veces configuran las nubes. Otros argüirán que el
poeta supo de algún modo que el emperador había soñado el palacio y dijo haber
soñado el poema para crear una espléndida ficción que asimismo paliara o
justificara lo truncado y rapsódico de los versos. Esta
conjetura es verosímil, pero nos obliga a postular, arbitrariamente, un texto
no identificado por los sinólogos en el que Coleridge pudo leer, antes de 1816,
el sueño de Kublai.
Más encantadoras son las hipótesis que transcienden lo racional. Por ejemplo,
cabe suponer que el alma del emperador, destruido el palacio, penetró en el
alma de Coleridge, para que éste lo reconstruyera en palabras, más duraderas
que los mármoles y los metales.
El
primer sueño agregó a la realidad un palacio; el segundo, que se produjo cinco
siglos después, un poema (o un principio de poema) sugerido por el palacio; la
similitud de sueños deja entrever un plan; el periodo enorme revela un ejecutor
sobrehumano. Indagar el propósito de ese inmortal o de ese longevo sería, tal
vez, no menos atrevido que inútil, pero es lícito sospechar que no lo ha
logrado. En 1961, el P. Gerbillon, de la Compañía de Jesús, comprobó que del
palacio de Kublai Khan sólo quedaban ruinas; del poema nos consta que apenas se
rescataron cincuenta versos. Tales hechos permiten conjeturar que la serie de
sueños y de trabajos no ha tocado a su fin. Al primer soñador fue deparada en
la noche la visión del palacio y lo construyó; al segundo, que no supo del
sueño del anterior, el poema sobre el palacio. Si no marra el esquema, algún
lector de Kubla Khan soñará, en una noche de la que nos separan los
siglos, un mármol o una música. Ese hombre no sabrá que otros dos soñaron,
quizá la serie de los sueños no tenga fin, quizá la clave esté en el último.
Ya
escrito lo anterior, entreveo o creo entrever otra explicación. Acaso un
arquetipo no revelado aún a los hombres, un objeto eterno (…), esté ingresando
paulatinamente en el mundo; su primera manifestación fue el palacio; la segunda
el poema. Quien los hubiera comparado habría visto que eran esencialmente
iguales.
3. LORD BYRON
Nadie como él ha encarnado el mito del poeta rebelde,
aventurero y transgresor. De cuna aristocrática, culto y atractivo (aunque es
cierto que cojeaba ligeramente), a los diez años heredó el título de Lord y recibió una selecta educación en Cambridge, donde se distinguió por los escándalos y excesos. Se casó en 1815, pero su esposa le abandonó tras dar a luz a su única hija legítima, con la que nunca llegó a convivir. Su vida sentimental, marcada por un espíritu libertino y amoral, estuvo plagada de relaciones adúlteras, bisexuales e incluso de una relación incestuosa con su hermanastra. Todo ello provocó la agria censura de la sociedad británica, lo que le condujo a exiliarse de modo definitivo en 1816. Vivió después en varias ciudades europeas, Génova, Venecia, Pisa o Roma, en muchas de ellas con sus amigos Percy y Mary Shelley. En los últimos años de su vida, se identificó con la causa de la independencia griega contra los turcos. Murió en 1824.
George Gordon Byron comenzó su carrera con un
libro de poemas,
Horas de ocio. En 1812, a la vuelta del "Grand Tour"
que lo había llevado a Lisboa, Sevilla, Cádiz y al próximo Oriente, publicó los
dos primeros cantos de
Las peregrinaciones del joven Harold, poema
narrativo de tono autobiográfico que lo convirtió en una celebridad en el ambiente literario. Su protagonista es un trasunto del propio Byron, con el que crearía el modelo de héroe romantico que él mismo intentó emular en su vida. Un joven rebelde, hastiado de la vida y del placer, y en permanente contradicción interior, disfruta de la contemplación de los exóticos paisajes que recorre.
Su obra más recordada es
Don Juan (1818-1824). Este extenso poema de 16 cantos - que quedó inconcluso - constituye una brillante sátira de la sociead inglesa de su época. En Sevilla, el joven don Juan inicia una peregrinación de una aventura amorosa a otra, hasta un total de seis, que le conducen por diversos escenarios, de Oriente a Inglaterra. Byron invierte el mito de don Juan describiendo en tono irónico sus conquistas, protagonizadas por un joven indefenso y seducido.
4. PERCY BYSSHE SHELLEY
Como miembro de una familia distinguida, se educó en
Eton y Oxford y pudo vivir gracias a las pensiones y herencias de los suyos, por
más que sus matrimonios y amores le causaron no pocos problemas, llevándolo a
instalarse en Suiza y luego, desde 1818, en Italia, donde se ahogó en el
naufragio de su yate. Había sido expulsado de la Universidad a raíz de la
publicación del ensayo
La necesidad del ateísmo, acorde ya con los
ideales racionalistas y revolucionarios que pronto articuló en su poema
La reina Mab (1813), luego muy difundido, y que lo volcaron un tiempo en la
agitación política. Su obra, irregular y a veces un tanto desdibujada, se
distingue por el aliento visionario, la inspiración utópica y una rica vena
meditativa, presente también en muchas de sus piezas líricas y en el excelso
Prometeo desencadenado (1820), que trata el tema de la rebelión y la humanidad sufriente como una alegoría de la libertad de la imaginación a partir de la regeneración por el amor. La plenitud de su poesía la alcanzó sin
duda en
Adonais (1821), elegía a la memoria de su amigo John Keats y a
la vez apasionada proclamación de la fuerza de la poesía para superar las
adversidades. El ensayo
Defensa de la poesía (1822) expone su concepción de la poesía como instrumento de superación de la realidad y de la moral convencional.
5. JOHN KEATS
John
Keats nació en 1795, a las afueras de Londres. Se quedó huérfano de padre a los
siete años. Fue a una buena escuela y antes de los quince años ya había leído a
los clásicos y traducía a Virgilio. Su madre murió en 1810 de tuberculosis,
dejándole a él y a sus hermanos al cuidado de su abuela. La abuela
nombró un tutor legal para Keats, quien le obligó a formarse como cirujano.
Pero su interés por la literatura iba en aumento, hasta el punto de que en 1816
abandona por completo la medicina para dedicarse por entero a la poesía. Enseguida conoció al poeta Leigh Hunt, embarcado en la
defensa del Romanticismo; trabó amistad con él y este lo introdujo en el
selecto círculo de los más destacados poetas de su época como Percy Bysshe
Shelley y Lord Byron, con los cuales amistó también. Leigh Hunt publicó en 1816 sus primeros poemas sueltos en
su periódico Examiner, y un año después, su primer poemario completo bajo el
sencillo título de
Poemas (1817), que no fue muy bien acogido por la crítica.
La tuberculosis fue el peor enemigo del autor, ya que
diezmó a su familia y acabó con su propia vida. Su hermano Tom murió de esta
enfermedad en 1818 y Keats se traladó a vivir a Londres. Allí conoció a Fanny
Brawne, mujer de la que permanecerá enamorado hasta su muerte, también de tuberculosis, en Italia, en 1821.
Durante 1819
Keats escribíó sus mejores poemas: Oda a Psyche, Oda a una urna griega, Oda a
un ruiseñor, Oda a la melancolía y Oda al otoño, piezas clásicas de la literatura inglesa, que aparecieron
en el mejor de sus libros, Lamia, Isabella, La víspera de santa Inés y
otros poemas (1820).
Las odas constituyen un grupo de poemas que nacen de la inquietud romántica que provoca el reconocer el
sentimiento de fracaso, de limitación del hombre y del arte. Todas son una
reflexión sobre la transitoriedad de las cosas, el deseo de morir, sobre la vulnerabilidad de la relación amorosa, la belleza en el arte y en la naturaleza. También subyace en ellas otro de los temas básicos del repertorio romántico:
la naturaleza, un bien perdido por las circunstancias sociales y económicas que siguieron a la Revolución Idustrial. Keats se recrea en la naturaleza considerándola como medio de expresión de los sentimientos del alma y del sentido trascendente de la vida. Vida y arte, belleza y verdad, se convierten en los temas centrales de sus odas.
La
Oda a una urna griega, la más conocida,
trata sobre el poder inmortalizador de la belleza, manifestado en las producciones artísticas que fueron capaces de elaborar los antiguos griegos. En el ánfora o urna, representa el
dilema entre aceptar el estado temporal o la esperanza de escapar de él. Pero lo que ha centrado la preocupación de la crítica son los dos últimos versos: la unidad entre verdad y belleza expresada por la urna (
Belleza/ es verdad, y verdad es belleza). Se trata de una meditación propia del Romanticismo, y del siglo XVIII en general, sobre
la dicotomía entre la belleza (idealización de la obra de arte) y verdad (la ineludible realidad).
ODA SOBRE UNA URNA GRIEGA
I
Esposa
de la calma, todavía intacta,
tú,
hija adoptiva del silencio y del tiempo,
narradora
del bosque que relatar puedes
historias
floreadas más dulces que mis versos,
¿qué
leyenda de hojas floreadas se congrega
en
torno a tu figura: dioses, mortales, o ambos,
en
Tempe o en los valles de la Arcadia? ¿Qué hombres,
qué
dioses son estos? ¿Qué esquivas doncellas?
¿Qué
acoso enloquecido? ¿Y qué lucha por zafarse?
¿Qué
flautas y panderos? ¿Y qué delirante éxtasis?
II
Son
dulces las melodías que oímos, y aún más dulces
las
que nunca escuchamos; seguid, pues, tocando,
suaves
caramillos, las más apreciadas
por
el espíritu, no el oído, canciones inaudibles.
Bello
joven, no dejes morir tu canto
bajo
esos árboles nunca desnudos.
Osado
amante, que nunca puedes besar por mucho
que
a la meta te acerques; pero no te aflijas:
tu
amada no se mustia, aunque no logres tu dicha,
¡la
amarás para siempre, y para siempre será hermosa!
III
¡Ah,
ramas venturosas que no perdéis
las
hojas ni decís adiós a la Primavera!
¡Ah,
feliz melodista que infatigable
entonas
con tu flauta siempre canciones nuevas!
¡Amor
aún más alegre, amor aún más dichoso,
eternamente
cálido, en espera de su gozo,
para
siempre anhelante, y joven para siempre!
Exhalando
hacia lo alto toda pasión,
que
deja al corazón hastiado y abatido,
la
frente ardorosa, y la lengua reseca.
IV
¿Quiénes
son estos que van al sacrificio?
¿A
qué altar verdecido, sacerdote misterioso,
conduces
esa vaquilla, de lomos sedosos,
adornados
de guirnaldas, que muge hacia el cielo?
¿Qué
pueblo construido a la orilla del río,
del
océano o del monte, ciudadela pacífica,
se
vacía de gentes esta mañana piadosa?
Y
tus calles, pequeña ciudad, ya para siempre
quedarán
en silencio, pues no volverá un alma
que
pueda decir por qué estás desolada.
V
¡Oh,
ática figura! ¡Oh, noble actitud! Hombres
y
doncellas de mármol como adorno esculpidos,
con
ramas del bosque y maleza pisada;
tú,
forma silenciosa que a la razón hostigas,
como
la eternidad. ¡Pastoral impasible!
Cuando
la vejez a nuestra generación consuma,
sobrevivirás
entre la angustia de otros,
tú,
amiga de los ahombres, a los que siempre dices:
“La
belleza es verdad, y la verdad belleza.
Todo
eso y nada más habéis de saber en la tierra”.
En la Oda a un ruiseñor Keats confronta el sufrimiento humano con la inmortalidad del canto del ruiseñor. Todo ello expresado desde un estado de letargo, de sueño, que nos hace recordar el poema Kubla Khan, de Coleridge. El autor no siente envidia del ruiseñor, pero sí admite su dolor cuando observa el exceso de alegría que le infunde con su canto. Vemos aquí la relación paradójica entre el placer y el dolor. El poeta quiere huir de la angustia humana, de las canas, de la tristeza. Pretende conseguir el placer abandonando el tiempo presente para conseguir la belleza, aquí representada por el canto del ruiseñor. Quiere el vino de Hipocrene para perderse en la floresta con su ruiseñor. Pero Baco no basta, al ruiseñor se va con las alas de la Poesía. Ese ruiseñor es tildado de inmortal, al igual que su canto. Por tanto, aparece el contraste entre la belleza del arte y lo efímero de la condición humana, como en la Oda a una urna griega. Pensar es caerse en la pena. El ruiseñor, como la urna, son voces de la eternidad que buscan "arrancarnos del pensar".
ODA A UN RUISEÑOR
I
Me duele el corazón, y un sopor doloroso
aturde mis sentidos, como el tomar beleño,
o con un opio turbio bebido hasta las heces
hace un momento, hundiéndose, camino del Leteo;
y no por envidiar tu destino feliz,
sino por demasiado dichoso con tu dicha,
pues tú, Dríada de alas ligeras en los árboles,
en algún bosquecillo melodioso de verdes
abedules y sombras innumerables, cantas
del verano, con toda la garganta, tranquilo.
II
¡Ah, si tuviera un sorbo de vino, refrescado
largo tiempo en la tierra de profundas cavernas,
gustando así de Flora y el campo verde, el baile,
la canción provenzal, y el júbilo soleado!
¡Ah, si tuviera un jarro lleno del Sur caliente,
lleno de ruboroso Hipocrene, el auténtico,
con burbujas guiñando en el borde, en rosario,
y mi boca manchada de púrpura! Ojalá
bebiera, abandonando el mundo sin ser visto,
contigo disipándome por el bosque en penumbra.
III
Disolviéndose lejos, olvidando del todo
lo que tú no has sabido jamás entre las hojas;
la fatiga, la fiebre, la prisa, aquí sentados
donde los hombres se oyen gemir unos a otros,
la vejez quita pocos, tristes, pálidos pelos;
la juventud marchita, hecha un espectro, muere;
donde sólo pensar ya es llenarse de pena
y desesperación de plomiza mirada;
sin poder la Belleza guardar sus claros ojos,
ni el nuevo Amor por ellos llorar más que mañana.
IV
Lejos, lejos, pues quiero escapar hacia ti,
no llevado en su carro por Baco y sus leopardos,
sino en las invisibles alas de la Poesía,
aunque el torpe cerebro se retarde, perplejo:
¡ya contigo! la noche es tierna, y por ventura
la Reina de la noche está en su trono; en torno
de ella el tropel de todas sus estelares Hadas;
pero no hay luz aquí, sino la que del cielo
desciende con el soplo de las brisas, por sombras
de verdura y musgosos caminos serpentinos.
V
No puedo ver qué flores hay a mis pies,
ni qué suave incienso se enreda entre las ramas, pero
en balsámica sombra, cada aroma adivino,
con que la estación dota en este mes la hierba,
el seto, la espesura de frutales: el blanco
espino, y la englantina pastoral: las violetas,
tan pronto marchitadas, escondidas entre hojas;
la hija primogénita de mediados de mayo,
rosa almizclada, llena de vino de rocío,
toda zumbar de moscas en ocasos de estío.
VI
Escucho entre la sombra; muchas veces estuve
enamorado casi de la cómoda Muerte,
y le di dulces nombres en rimas de mi Musa,
que se llevara al aire mi aliento silencioso;
hoy más que nunca pienso que es riqueza el morir,
acabar sin dolor hacia la medianoche,
¡mientras estás lanzando hacia lo lejos tu alma
en un éxtasis tal! Tú cantarías siempre,
pero no servirían mis oidos: me habría
vuelto un trozo de tierra para tu claro réquiem.
VII
Tú no has nacido para la Muerte, ¡inmortal Pájaro!
No han de pisotearte otras gentes hambrientas:
la voz que oigo esta noche fugaz es la que oyeron,
en los días antiguos, el labriego y el rey;
quizá este mismo canto se abrió camino al triste
corazón de Ruth, cuando, con nostalgia del hogar,
llorando, se detuvo en el trigal ajeno;
el mismo, tantas veces, fue un hechizo en murallas
mágicas, que se abrían a la espuma de mares
peligrosos, en tierras de leyenda, olvidadas.
VIII
¡Olvidadas! La misma palabra es la campana
que me hace con su son volver a mi ser solo.
¡Adiós! Tu quejumbrosa canción se va borrando
tras los prados cercanos, sobre el callado arroyo,
por la ladera: ahora se ha enterrado bien hondo
en los otros barrancos de los valles: ¿ha sido
una visión, o un sueño con los ojos abiertos?
Esa música huyó. ¿Duermo o estoy despierto?
3. POESÍA ROMÁNTICA
ITALIANA
1. GIACOMO LEOPARDI
Leopardi fue un aristócrata de provincia,
fundamentalmente autodidacta, profundo conocedor de la Filología Clásica,
físicamente débil, que vivió encerrado en la soledad, la amargura y la
inteligencia. Según él, el mundo y la realidad conspiran para el sufrimiento del
hombre, cuyo único consuelo está en la reflexión, la creación y la vaga
esperanza de dejar una obra perdurable. Su aproximación a los postulados
románticos se conjugó con una orientación estética clasicista y desembocó en una
honda meditación sentimental, de expresión contenida. Leopardi, en efecto, no
tuvo una lengua poética propia, antes bien se acomodó al estilo noble de la
tradición italiana a partir de Petrarca, pero, dentro de ella, se movió en el
nivel más llano, incluso con momentos de realismo coloquial. Los rasgos que le
hacen inconfundible son el tono radicalmente pesimista, nihilista y escéptico, y
la nitidez con que dibuja paisajes y escenas de costumbres transfigurados en
estados de ánimo. El título fundamental de su parca obra poética son los
Cantos, centrados en la evocación de la juventud frustrada, en el
placer visto como interrupción del dolor adulto y en las cavilaciones en torno a
la vacuidad de la vida.
A LA LUNA
Oh, tú, graciosa luna, bien
recuerdo
que sobre esta colina, ahora hace un
año,
angustiado venía a contemplarte:
y tú te alzabas sobre aquel boscaje
como ahora, que todo lo iluminas.
Mas trémulo y nublado por el llanto
que asomaba a mis párpados, tu
rostro
se ofrecía a mis ojos, pues
doliente
era mi vida; y aún lo es, no
cambia,
oh, mi luna querida. Y aún me alegra
el recordar y el renovar el tiempo
de mi dolor. ¡Oh, qué dichoso es
en la edad juvenil, cuando aún tan
larga
es la esperanza y breve la memoria,
el recordar las cosas ya pasadas,
aun tristes, y aunque duren las
fatigas!
4. POESÍA ROMÁNTICA
FRANCESA
Hasta 1820, Madame de Staël y François René
de Chateaubriand fueron las dos grandes figuras del Romanticismo francés:
ella es autora del ensayo Sobre Alemania; él es conocido sobre todo por
la autobiografía Memorias de ultratumba. Posteriormente, la influencia
de Rousseau, Goethe y Lord Byron propició la aparición de un grupo poético en el
que destacaron Alphonse de Lamartine y Victor Hugo.
1. ALPHONSE DE LAMARTINE
Lamartine escribió las Meditaciones, un
conjunto de poemas elegíacos que provocaron una gran conmoción por su tono
suavemente melancólico y la delicada ternura con la que expresa su sentimiento
amoroso, visto siempre como pura emoción. También tuvo éxito El lago,
poema en el que la visión de la naturaleza da lugar a una gran exaltación
lírica.
2. VICTOR HUGO
El
apasionante novelista de
Nuestra Señora de París y de
Los
miserables; el dramaturgo de
Cromwell, principal manifiesto del
Romanticismo en Francia; y de
Hernani; el crítico, el polemista, el
hombre público, el héroe nacional, fue siempre y sobre todo poeta impenitente.
Del inicial legitimismo durante la restauración y de la postura monárquica, pasó
a un liberalismo de vanguardia que se manifestó en un discreto apoyo al
movimiento popular de 1848, en la oposición al golpe de estado contra Luis
Napoleón Bonaparte y en quince años de exilio, en las islas del Canal y en
Bélgica, a causa de su enfrentamiento acérrimo con el gobierno de Napoleón III.
De todas estas actitudes y de todas las experiencias, sentimientos, ideas y
veleidades de una larga vida hay un copioso reflejo en sus libros de versos:
Odes et ballades, Orientales, Les feuilles d´automne, Les chants du
crépuscule, Les contemplations.
5. LA NOVELA
HISTÓRICA
La novela
romántica es esencialmente histórica, es decir, está ambientada en el
pasado, normalmente medieval (lo que constituye un reflejo del
nacionalismo). No obstante, los protagonistas no suelen ser grandes
figuras históricas. Este hecho no es arbitrario, porque cuando se trata de un
personaje de primera magnitud, se conocen los acontecimientos y se impone la
realidad, de forma que el resultado es una historia novelada; con personajes
anónimos, el escritor tiene libertad para crear al héroe y establecer las
condiciones necesarias para enfrentarlo a su mundo.
WALTER
SCOTT
Walter Scott
(1771-1832) nació en Edimburgo, en una familia de antiguas tradiciones
escocesas. En 1772 sufrió poliomielitis, enfermedad que lo dejó cojo. Tras pasar
los primeros años de su infancia en los Borders, en 1775 regresa a Edimburgo,
donde estudió Derecho. Una vez acabada la carrera, realizó el primero de los
muchos viajes que lo llevaron a tierras poco frecuentadas, al norte de Escocia,
en búsqueda de nuevas baladas que todavía estuvieran vivas dentro de la
tradición oral. En 1797, se casó con Margaret Charlotte Charpentier.
En 1804 adquirió
una imprenta. Gracias a los buenos resultados de la empresa, compró el castillo
de Abbotsford, donde vivió hasta el final de su vida, con la visión de revivir
el mundo aristocrático de los terratenientes. La quiebra de la imprenta lo
condujo a trabajar frenéticamente para poder hacer frente a las deudas y
mantener su casa. Scott murió en 1832.
En 1814
publicó Waverley, considerada la primera novela histórica. Empezada en
1805, no terminó la obra hasta 1813, momento en que se vio obligado a
publicarla, de forma anónima, empujado por las necesidades económicas. En esta
novela se detectan ya las características fundamentales de sus obras: el interés
por el folclore local; las descripciones de paisajes y de acontecimientos
históricos; la enorme fuerza de los diálogos; la caracterización del héroe
típicamente romántica y la influencia de la novela gótica. Esta novela, Guy
Mannering y El anticuario forman la denominada "trilogía
escocesa". En Cuentos
de mi posadero se encuentran narraciones muy conocidas como La pastora
de Lammermoor o Rob Roy.
En 1823 publicó su obra más famosa,
Ivanhoe, que presenta el conflicto anglo-escocés en el
enfrentamiento entre normandos y sajones durante la época de Ricardo Corazón de
León.
Los
personajes de Scott son héroes desconocidos, con los que el pueblo puede
identificarse fácilmente; son personajes planos, que permiten al autor tratar
grandes conflictos históricos y revivir el pasado desde una perspectiva
nostálgica y conservadora.
[Ivanhoe lleva a cabo su particular cruzada contra
Juan Sin Tierra, pérfido hermano del rey que se aprovecha de su retención en
Austria para disfrutar del trono. Para ello se sirve de la ayuda de Robin de
Locksley, que posteriormente será conocido como Robin Hood. Este se presenta en
un certamen de tiro con arco, y compite con Huberto, favorito del arrogante
príncipe Juan. Primero dispara Huberto, que da en el círculo central de la
diana, pero no justo en el centro]
Quitaron el blanco
y lo sustituyeron por otro de igual tamaño. En su calidad de vencedor, Huberto
tenía derecho a tirar el primero; examinó el blanco con mucha atención, y miró
durante largo rato con la vista la distancia, teniendo en la mano su arco
tendido y la flecha puesta en la cuerda. Al fin, avanzó un paso, levantó el arco
a lo largo del brazo, hasta que la empuñadura estuvo casi al nivel de sus ojos,
y retiró la cuerda hacia la oreja. La flecha hendió el aire, silbando, y fue a
clavarse en el círculo interior del blanco, pero no exactamente en el centro.
–No habéis tenido en cuenta el viento, Huberto –dijo Locksley, tendiendo su
arco–; sin esa circunstancia, el tiro hubiera sido mejor. Profiriendo estas
palabras, y sin tomarse la molestia de apuntar, Locksley se colocó en el sitio
indicado y desemballestó su flecha, con aire al parecer tan negligente como si
ni siquiera mirara al blanco. Hablaba todavía en el momento de partir la flecha,
y no obstante, esta se clavó dos pulgadas más cerca del centro que la del
guarda. –¡Voto al sol que nos alumbra! –exclamó el príncipe–; si te dejas vencer
por ese bribonazo, mereces que te ahorquen. […] Alentado de esta suerte, Huberto
ocupó nuevamente su sitio, y no echando en saco roto el consejo de su
adversario, tuvo en exacta cuenta la ligera ráfaga de aire que acababa de
levantarse, y tiró con tal destreza que su flecha fue a clavarse en el mismo
centro del blanco. –¡Hurra! ¡Viva Huberto! –gritó la multitud, que se interesaba
más por su paisano que por un desconocido–. ¡En el centro!... ¡En el centro!
¡Viva Huberto! –¿Cómo te las arreglarás ahora, Locksley, para mejorar ese
flechazo? –dijo el príncipe con sonrisa irónica. –Voy a rajar su flecha
–respondió Locksley. Y apuntando con más atención que la primera vez, su flecha
cayó derecha sobre la del guarda y la hizo astillas. Esta maravillosa prueba de
destreza petrificó de tal suerte a los espectadores, que no pudieron dar curso a
su sorpresa con las aclamaciones ordinarias. –¡Es el diablo –murmuraban los
arqueros– y no un hombre de carne y hueso! Jamás se ha visto cosa igual desde
que se tendió el primer arco en Inglaterra.
ALEJANDRO DUMAS
Nació
en 1802 en Villers-Cotterêts; con unos estudios deficientes, se instaló en París
y comenzó a trabajar para el duque de Orleans como escribiente. La fama le llegó
en 1829 a raíz de la representación, en la
Comédie Française, de
Enrique III y su corte. Publicando dramas y novelas históricas,
adquirió una considerable fortuna que dilapidó y, asediado por los acreedores,
huyó a Bruselas. Regresa a París en 1853 y se embarca en diversas empresas que
fracasaron. Casi arruinado, se refugia en casa de su hijo, donde murió en 1870.
Dumas fue un escritor muy prolífico: publicó unas
300 obras de temas muy variados (tragedias, dramas, melodramas, novelas de
aventuras, etc.), además de numerosos artículos. Sin embargo, a menudo contó con
la ayuda de colaboradores, entre los cuales destaca Auguste Marquet, que
intervino en varias novelas suyas:
Los tres mosqueteros y
El conde
de Montecristo.
VICTOR HUGO
Las
novelas de Victor Hugo se ambientan en el pasado, pero conectándolo con los
debates contemporáneos más importantes. De hecho, todas sus novelas están al
servicio de una idea, lo que explica las numerosas digresiones que interrumpen
la narración; además, en sus obras, el narrador se identifica con los pobres,
hecho único por aquel entonces en la literatura francesa, en la que los temas y
los protagonistas se extraían del mundo de la burguesía. Sus personajes están
sometidos a una implacable fatalidad y, como consecuencia, se ofrece una
aproximación a lo sublime, una lucha titánica destinada a fracasar.
La primera gran novela de este
autor es
Nuestra Señora de París (1831). Más tarde, publica
Los
Miserables (1862).
[La novela se inicia con unas celebraciones
populares frente a la iglesia de Nuestra Señora de París, donde conocemos a
Esmeralda, la bailarina gitana; Quasimodo, un deforme y feo jorobado que se
encarga de las campanas de la iglesia; y Claude Frollo, un clérigo. Frollo,
atraído por la bailarina, pide a su protegido Quasimodo que la rapte. Sin
embargo, la intervención del capitán Febo impide la consumación del secuestro y
lleva a Quasimodo a la condena del suplicio público. Es azotado en la plaza, y
recibe todo el odio y los insultos del pueblo, que lo detesta por su fealdad.
Quasimodo pide agua]
–¡Agua! –repitió por tercera vez Quasimodo.
Entonces vio cómo se apartó el gentío. Una muchacha
curiosamente ataviada salió de entre la gente. Iba acompañada de una cabrita
blanca de cuernos dorados y llevaba una pandereta en la mano.
El ojo de Quasimodo centelleó. Era la bohemia a la
que había intentado raptar la noche anterior, fechoría por la que comprendía
vagamente que estaba sufriendo aquel castigo, lo que, por otra parte, no era
cierto ni mucho menos, pues se le estaba juzgando por la desgracia de ser sordo
y por haber sido juzgado por un sordo. Estaba seguro de que también ella había
venido para vengarse y darle, como hacían los otros, su golpe correspondiente.
[…]
Ella, sin decir una sola palabra, se aproximó al
reo, que se retorcía en vano para librarse de ella, y soltando una calabaza que
a guisa de recipiente tenía atada a la cintura, la acercó muy despacio a los
labios áridos del desdichado.
Entonces, de aquel ojo tan seco y encendido hasta
entonces, se vio desprenderse una lágrima que fue lentamente deslizándose por
aquel rostro deforme y contraído hacía ya mucho rato por la
desesperación.
MARY SHELLEY
Mary Wollstonecraft Shelley nació en Londres. Hija
del escritor y economista William Godwin y de la escritora feminista Mary
Wollstonecraft, se educó en un ambiente de ideas románticas e ilustradas. Con 17
años se escapó de casa junto al poeta Percy Byshe Shelley, con quien se casó dos
años más tarde, cuando se suicidó su primera esposa. Al morir su esposo, Mary
Shelley pidió a pie de pira que se abriera el cadáver de su marido para sacarle
el corazón; conservó esta víscera y la llevó consigo a todos sus viajes. Murió
paupérrima en Londres en 1851.
Su obra más destacada, Frankestein o el moderno
Prometeo, es de 1818. Se considera una obra maestra de la llamada novela
gótica.
TEXTO A: Una
siniestra noche del mes de noviembre, pude por fin contemplar el resultado de
mis fatigosas tareas. Con una ansiedad casi agónica, coloqué al alcance de mi
mano el instrumental que iba a permitirme encender el brillo de la vida en la
forma inerte que yacía a mis plantas. Era la una de la madrugada, la lluvia
repiqueteaba lúgubremente en las calles y la vela que iluminaba la estancia se
había consumido casi por completo. De pronto, al tenebroso fulgor de la llama
mortecina, observé cómo la criatura entreabría sus ojos ambarinos y desvaídos.
Respiró profundamente y sus ojos se movieron convulsos.
¿Cómo podía
transmitirle la emoción que sentí ante aquella catástrofe o hallar frases que
describan el repugnante engendro que, al precio de tantos esfuerzos y trabajos,
había creado? Sus miembros estaban, es cierto, bien proporcionados y había
intentado que sus rasgos no carecieran de cierta belleza. ¡Belleza! ¡Dios del
cielo! Su piel amarillenta apenas cubrían la red de músculos y vasos sanguíneos.
Su cabello era largo y sedoso, sus dientes muy blancos, pero todo ello no
lograba más que realzar el horror de sus ojos vidriosos, cuyo color podía
confundirse con el de las pálidas órbitas en las que estaban profundamente
hundidos, lo que contrastaba con la arrugada piel del rostro y la rectilínea
boca de negruzcos labios.
Aunque muy
numerosas, las alteraciones de la existencia son menos apreciables que las de
los sentimientos humanos. A lo largo de dos años había trabajado
encarnizadamente con el solo objeto de otorgar vida a un organismo inanimado.
Para lograrlo me había privado del necesario descanso, puesto en serio peligro
mi salud, sin que ninguna moderación pudiera apagar mi fervor. Y, sin embargo,
cuando mi obra estaba ya lista, mi sueño perdía todo atractivo y una repulsión
invencible se apoderaba de mí.
No pudiendo
soportar por más tiempo la visión del monstruo, salí precipitadamente del
laboratorio [...]
TEXTO B:
"¡Maldito, maldito creador! ¿Por qué me disteis la existencia? ¿Por qué
no extinguí, en aquel mismo instante, la llama de la vida que con tanta
inconciencia habíais encendido? No sé, en verdad, qué me contuvo. La
desesperación no había hecho presa todavía en mí con todo sus horror
inenarrable. No experimenté, entonces, más que cólera y un deseo invencible de
venganza. ¡Qué placer me hubiera producido la destrucción del chalet y de todos
los que lo habitaban! ¡Con qué gozo hubiera escuchado sus alaridos de espanto y
dolor! [...] A aquellas horas todas las criaturas descansaban o gozaban; sólo
yo, maldito monstruo diabólico, acarreaba en mi interior mi propio infierno y,
al no encontrar una amistad o un afecto, deseaba arrancar de raíz los árboles y
dispensar a mi paso la muerte y la destrucción, tras de lo cual tomaría asiento
en las ruinas y contemplaría las pavesas acumuladas a mi
alrededor"
TEXTO C: "-
Estáis equivocado- respondió el inbfame monstruo-. Pero, a pesar de todo, estoy
dispuesto a discutir con vos en vez de proferir amenazas. Os he dicho ya que mi
maldad proviene, tan sólo, de mi desdicha. ¿Acaso no me rechaza toda la
humanidad? Vos, mi creador, deseáis destruirme y, de este modo, vencer. Pero
reflexionad, decidme ¿por qué debo ser misericordioso para con los demás si
ellos se muestran tan implacables conmigo? A vuestro entender no sería un crimen
arrojarme en un abismo para destruir este cuerpo que construisteis con vuestras
propias manos. ¿Por qué debo respetar al ser humano cuando éste alberga para
conmigo tales deseos? Que conviva en buena hora conmigo; si aceptara, lejos de
causarle el menor daño, yo le haría todo el bien que de mí dependiera y,
llorando de felicidad, le daría pruebas de mi gratitud.[...]Si no pueden sentir
amor por mí, ¡allá ellos!, sentirán miedo[...]"
PELÍCULA DE FRANKESTEIN (1931):